Al mismo tiempo, está su innegable filo negativo, con graves consecuencias en todas las edades, pero especialmente en niños y jóvenes, cuando prematura e irresponsablemente se ponen a su alcance. Recordaré algunos de estos daños, comprobados por la experiencia y manifestados en todo el mundo por padres, educadores, psicólogos, psiquiatras…
Pero sin irnos tan lejos, en otros muchos países y, por supuesto, en el nuestro, se ha comprobado el aislamiento social que produce su uso, la ausencia de atención en el aula de enseñanza, el deterioro en la maduración interior, el destrozo moral del niño o del joven por la pornografía puesta a su alcance con una simple pulsación, o trastornos de salud mental con estados depresivos que requieren la intervención del psiquiatra, si es que no se llega tarde en casos extremos de suicidio. El psicólogo clínico Francisco Villar, con experiencia en atención de jóvenes menores de 18 años, con dificultades mentales e intentos suicidas, consideraba que no debía permitirse el uso de móviles antes de los 16 años.
Llegamos así al punto de partida, a lo que podríamos llamar el “kilómetro cero” del problema, y su modo de abordarlo. Estas serán las consideraciones que siguen, aunque no aporten mucho a lo ya sabido. Pero vaya mi más sincero reconocimiento y también mi oración -por qué no decirlo- por los padres y madres que son quienes han de implicarse, en primerísima persona, en la batalla del móvil en la vida de sus hijos, desde temprana edad. Han de luchar contracorriente porque lo vemos por la calle: niñas y niños, absortos en la pequeña pantalla de sus móviles.
Dice la sabiduría popular que “el ejemplo es el mejor predicador”; este proverbio sirve para todo tipo de enseñanzas y, por lo que mira a los padres, aplicable de lleno al tema que nos ocupa. Lo ilustraré con dos botones de muestra. El primero, tomado del comentario de un padre al final de un artículo, sobre esta materia, aparecido en las redes; reproduzco literalmente el escrito de este lector, que lo encabezaba así: “Un padre…”, y añadía su nombre y apellido. Escribía:
“Tratar de pedir al Estado que sustituya la labor parental no es una buena solución. El problema es que los padres no estamos preparados (ni queremos hacer el esfuerzo) para educar a nuestros hijos en la austeridad, la moderación y la renuncia. Muy probablemente porque son valores que ni nosotros mismos practicamos”.
El otro botón de muestra, recogido igualmente de una publicación, se trataba de una viñeta chistosa que lo decía todo y ponía el dedo en la llaga. Aparecían en el banco de un parque dos mamás con sus hijos, que no pasarían de 9 o 10 años. Una de ellas, abstraída en el móvil y su pequeño vástago, junto a ella, hacía lo mismo. La otra mamá, en cambio, leía un libro que tenía en sus manos y su hijito, al lado, hacía otro tanto. Y la primera mamá preguntaba a la otra: “¿Y usted qué hace para que su niño lea un libro en lugar de estar jugueteando con el móvil?”. Huelgan comentarios.
Por último, se habla mucho del no pequeño debate y gran problema de los padres, sobre la edad más conveniente para poner en manos de sus hijos por vez primera el dichoso móvil. No soy quién para señalar esta edad, pero sí veo que se trata de un punto práctico y muy concreto, dentro de lo que decía el testimonio del padre al que me he referido antes: educar a los hijos en los valores de la austeridad, la moderación y la renuncia. Son virtudes que han de inculcarles con razones adecuadas a su edad, y que comprenden bastantes campos: entre ellos, el momento de comprarles un móvil. Y por supuesto, llegado ese momento, enseñarles con el propio ejemplo la moderación en su uso y los empleos útiles, advirtiéndoles también del grave peligro que tienen para que no se corten con el filo que produce sangre.