No saben lo que es vivir sin un móvil. Son los adolescentes hiperconectados. Un libro de una prestigiosa psicóloga americana ha levantado la voz de alarma
- Por Carlos Manuel Sánchez
- Fuente: XL Semanal
Asegura que van camino de convertirse en los más infelices y dependientes de la historia reciente. ¿Es así?
Cuando los historiadores del mañana relaten la historia de este siglo, dirán que empezó en 2007-2008. Y no solo porque fue cuando estalló la gran crisis financiera. En realidad, les interesará más otra efeméride. Le doy una pista: «Hemos inventado un objeto mágico y revolucionario». Le doy otra: lo dijo Steve Jobs.
En 2007, Apple comercializó el iPhone; y, en 2008, Google lanzó el sistema Android. No hay ninguna tecnología que haya tenido una penetración tan rápida como el teléfono inteligente. ¿Pero cuál es el impacto en los chavales que han crecido con él y no saben lo que es vivir sin un smartphone en la mano?
Decir que son nativos digitales se queda corto. No han conocido otra cosa. ¿Cómo les está afectando estar hiperconectados y siempre pendientes de la pantalla de su móvil? Es una preocupación -hasta ahora bastante difusa- de muchos padres, macerada con cierto sentimiento de culpabilidad. Son ellos los que han puesto el móvil en sus manos. La mayoría lo recibe cuando sopla ocho velas, pero no es que sean especialmente precoces. Muchos ‘parvulitos’ que nunca han pelado una fruta (no vayan a cortarse) son ya muy diestros desplazando con el dedo las pantallas del Peppa Pig cuando sus papás les ‘prestan’ el móvil para que no incordien.
Calibrar ese impacto es complicado. No ha dado tiempo aún a realizar estudios epidemiológicos de gran alcance. Los partidarios de restringir su uso y los que ensalzan sus aspectos positivos pueden pasarse el día discutiendo, pero hasta ahora tenían muy poca munición estadística que dispararse. Sin embargo, el debate es cada vez más acalorado en muchos países. Anne Longfield, la defensora del menor del Reino Unido, compara el uso del móvil y de las redes sociales con la comida basura.
«¿Dejarían ustedes que sus hijos comiesen hamburguesas y patatas fritas todos los días, en todas las comidas, desde el desayuno hasta la cena? Pues por la misma razón no deberían dejar que estuvieran todo el santo día conectados». El de Longfield es un argumento emotivo, pero sigue sin estar apuntalado por las cifras. Y en tiempos del big data, más temprano que tarde estas deben empezar a aflorar.
Una ‘camada’ difusa
El primer aldabonazo lo acaba de dar la psicóloga estadounidense Jean M. Twenge, de la Universidad de San Diego, que lleva 25 años investigando a diferentes generaciones de jóvenes. Twenge publicó en agosto iGen (Simon and Schuster), que ya se ha convertido en un best seller. Sostiene que los chavales que han pasado hiperconectados toda su adolescencia (e incluso parte de su infancia) llevan camino de convertirse en los más infelices y dependientes de la historia reciente. Y que no están en absoluto preparados para la edad adulta. La revista The Atlantic publicó un resumen del libro con un titular estruendoso: «¿Ha destruido el smartphone a una generación?». Y la onda expansiva se extiende.
Se emparejan mucho menos y el sexo tampoco les interesa mucho. Los menores sexualmente activos han caído un 40 por ciento desde los noventa, según datos de EE.UU.
Twenge basa su investigación en los datos de Estados Unidos, aunque algunos son -o pueden llegar a ser- extrapolables a otros países. Se trata de una franja demográfica difícil de acotar, porque toca de refilón a los millennials más tardíos, golpea de lleno a sus hermanos menores de la generación Z y sacude incluso a críos que todavía están aprendiendo a leer. Así pues, la iGeneración abarcaría a los que tienen ahora entre 22 y 5 años. «En todos mis análisis de datos generacionales -algunos se remontan a la década de 1930- no he visto nada parecido», alerta Twenge. ¿Cuáles son los rasgos distintivos de esta ‘camada’ digital?
- Es la generación más sumisa del último siglo. La rebeldía y el afán de independencia, que se supone que van en el ‘contrato’ de cada nueva hornada de adolescentes, se han desvanecido. Twenge pone un ejemplo simbólico. Sacarse el carné de conducir a los 16 años, que en Estados Unidos era casi un rito iniciático del instituto, se posterga ahora hasta que los padres se cansan de hacer de chóferes y obligan a su retoño a pasar por la autoescuela.
- El mundo les queda grande. Están más a gusto en sus dormitorios. Para qué ‘quedar’ por ahí si tienen a sus colegas en la pantalla? Salen de media una o dos veces por semana, cuando antes de la irrupción del smartphone eran tres. No es que les gusten más los teléfonos que la gente real, es que la gente real es más soportable e interesante a través de una interfaz. Prefieren los mensajes de texto, o una conversación asíncrona (graban una frase y la envían), a un diálogo cara a cara. Y una ironía: aunque pasan más tiempo que nunca bajo el mismo techo que sus padres, no se sienten demasiado vinculados a sus familias.
- No se ‘emparejan’. Ni tienen citas. Solo se ‘ennovia’ el 56 por ciento de los estudiantes de instituto, cuando en las generaciones anteriores este porcentaje nunca bajaba del 85 por ciento. Tampoco les interesa demasiado el sexo (por lo menos con una pareja real; hartos de ver todo tipo de porno en sus móviles). Los menores sexualmente activos han caído un 40 por ciento desde 1991. También han caído los embarazos adolescentes un 67 por ciento.
- Se sienten solos. Una paradoja si se tiene en cuenta que las principales aplicaciones tecnológicas tienen como objetivo rodearnos de ‘amigos’. Esta tendencia a sentirse apartado es muy llamativa entre las chicas, más ansiosas que los chicos a la espera de comentarios y ‘me gusta’ cuando suben una foto o actualizan su estado.
- No son felices. Son más vulnerables psicológicamente que generaciones precedentes. Twenge anuncia que la iGeneración está a punto de sufrir la peor crisis de salud mental en décadas. Aquellos que pasan más de tres horas conectados a un aparato electrónico tienen un 35 por ciento más de posibilidades de tener ideaciones suicidas. El riesgo de depresión aumenta casi un 30 por ciento entre los quinceañeros que pasan mucho tiempo delante de una pantalla y baja si practican deportes o incluso si están haciendo los deberes.
- Se aburren. No toleran la espera e intentan llenar el vacío psicológico revisando continuamente sus cuentas en las redes. Se distraen con el vuelo de un angry bird…
- Duermen fatal. El 40 por ciento no llega a las siete horas. Y la calidad del sueño es mala. Se despiertan de madrugada para examinar el móvil y es lo primero que consultan cuando se despiertan.
- No están preparados para la vida adulta. La adolescencia es clave para desarrollar las habilidades sociales, y eso es algo que se aprende cara a cara. En la próxima década, vaticina Twenge, veremos a más adultos que saben el emoji correcto para cada situación, pero que no saben qué cara poner.
Un estudio sostiene que quienes pasan más de tres horas al día conectados tienen un 35 por ciento más de posibilidades de tener ideaciones suicidas
Críticos… con matices
Ya han salido voces críticas al libro de Twenge. Hay quien la considera una ‘ludita’ (alguien que odia las máquinas), acusación que ella niega. Un profesor de Oxford le reprocha haber seleccionado solo las estadísticas que le convenían para sostener su tesis. Y muchos padres no ven mal que la infancia de sus hijos se alargue (antes era la adolescencia la que se eternizaba) y que no quemen etapas a toda pastilla. Son los adolescentes más protegidos de la historia y los que menos probabilidades tienen de verse envueltos en un accidente de tráfico. Si prueban menos alcohol, o no sienten la curiosidad de fumar, drogarse… mejor que mejor, ¿no?
Y una paradoja final. Steve Jobs tenía un sueño grandioso: que todos los habitantes del planeta tuvieran un iPhone, una tableta, un ordenador… Sin embargo, Jobs racionaba estrictamente el acceso a la tecnología de sus propios hijos. En casa del herrero… Pero son muchos los gurús, empresarios e inversores de Silicon Valley que han seguido el ejemplo Jobs y vetan a sus hijos los supuestos beneficios de la hiperconexión digital, asegura Twenge. Evan Williams, por ejemplo, fundador de Twitter, Blogger y Medium, procura que solo lean libros en papel… Da que pensar.
Retrato robot
«He pasado más tiempo con mi móvil que con gente de verdad. Cuando intento hablar con mis amigos de algo, aunque sea superimportante para mí, no me miran a la cara. Miran a la pantalla. Duele un poco. Si estoy con mis amigos, mi madre quiere que esté conectada y que dé señales de vida cada hora. Así es mi generación. No hemos podido elegir una vida sin iPhones. Y creo que nos gustan más los teléfonos que la gente». Testimonio de una adolescente extraído del libro i-Gen.
PERFIL DEL NATIVO DIGITAL ESPAÑOL
Tienen un ‘smartphone’
75% A los 10 años
95% A los 15 años
Están en las redes sociales
43% De 9 a 14 años
91% Mayores de 15 años
Enganchados al móvil
32% Que reconocen que lo miran a cada rato
76% Que lo primero que hacen cuando se levantan y lo último cuando se acuestan es mirar el móvil
70% Que no dejan de mirar el móvil aunque estén hablando con amigos o con la familia
9 años Edad a la que los niños españoles empiezan a navegar por Internet
Adolescentes que han tenido alguna relación sexual
13% de alumnos de 2.º ESO
33% 3.º ESO
35% 2.º Bachillerato
39% 1.º Bachillerato
63% 4.º ESO
Permiso de conducción
398.000 Jóvenes de 18 a 20 años con carné de conducir en 2015. Un 30% menos que en 2008. (Los estudios americanos vinculan este dato al deseo de independencia)
Problemas con el sueño
70% Niños en edad escolar que duermen menos de 7 horas
30% Niños de 10 a 15 años con síntomas de somnolencia diurna