Entre los estrenos semanales en las salas de cine es habitual desde hace unos años la presencia de documentales. Películas de no ficción como Citizenfour, de Laura Poitras, o La sal de la tierra, de Win Wenders, tienen un público cada vez más amplio y cosechan premios en los festivales internacionales, y por supuesto los Oscar. El género no es un recién llegado, el cine nació siendo documental. Sin embargo, su papel pionero fue relegado a un segundo plano a lo largo de su historia y ahora comienza a recuperar su lugar. Un repaso a las hemerotecas. Hasta hace una década la presencia del cine documental era escasa  y marginal. Unas cuantas grandes productoras hacían películas de fauna, flora y etnografía cuyo destino era fundamentalmente televisivo. En España casi se reducían a “los documentales de la 2”, toda una sinécdoque. La distribución era minoritaria, por falta de costumbre a la no ficción y porque el coste de los doblajes y el recurso a la subtitulación le conferían al género un aire erudito y cinéfilo, no apto para grandes masas. Para muestra un botón: la primera vez que el Festival de San Sebastián acogió un documental en competición fue hace quince años: era En construcción, de José Luis Guerín. Si los festivales no se interesaban, qué haría el público.

  El género resurge de sus cenizas

En los últimos años, los circuitos se han ampliado: el cine documental ha vuelto a la gran pantalla, en parte, gracias a la promoción de estrellas que financian documentales sobre causas con las que están comprometidas, como Virunga, de Leonardo di Caprio,  o de The seventh fire, de Natalie Portman. Y también por razones menos idealistas: a las distribuidoras les interesa sacar diez copias de un documental para que la prensa se haga eco y acabe en canales televisivos temáticos rentables. Es el caso de las millonarias películas de Michael Moore, los documentales de la BBC estrenados por Disney en salas norteamericanas, o más discretamente, en España, El rey de Canfranc, de Manuel Priede y José Antonio Blanco. En general, cada vez hay más distribuidoras, también de tipo medio, que se aventuran con el documental y logran atraer a un público al que le gusta que le cuenten historias… aunque sean verdaderas. El incremento de salas independientes en nuestro país, las alianzas que surgen entre ellas, como la recientemente creada CineArte, red de cines independientes que promueve la distribución de cine de calidad europeo, cinematografías emergentes o poco representadas, y la programación en V.O.S, son otro motivo de esperanza. A los canales tradicionales, hay que añadir también las plataformas de descarga legal como Netflix, de próximo desembarco en España; o Filmin, que ha apostado seriamente por el género. El documental tiene hoy más cabida que nunca en festivales. La presencia de su categoría en los Oscar data de 1942 –la presentación de los nominadas, de la década de los 80– pero hoy podemos ver un buen número de largometrajes y cortometrajes de no ficción compitiendo en  grandes festivales como Cannes, Berlín, en independientes como Sundance o Tribeca y en temáticos, como Silverdocs, en Estados Unidos, DocumentaMadrid, que acaba de cerrar su 12ª edición en Matadero de Madrid, DocsBarcelona, o Alcances, en Cádiz. Ya no resulta extraño ver en la cartelera semanal películas de ficción y de no ficción. La misma fascinación despiertan ArgoLa vida de Pi que Searching for Sugar man o The Act of Killing. Los documentales de hoy tienen historias de argumentos actuales y variados como el conflicto de Edward Snowden contra la NSA, el esfuerzo por conservar la riqueza natural del Congo, visitas a zonas de conflicto con historias humanas espeluznantes, trayectorias de fotógrafos capaces de capturar la vida, expediciones al fin del mundo, la narco cultura, el Sida en India o el genocidio indonesio. Se ha producido una auténtica eclosión del género: cada vez se hacen más y se ven más documentales. ¿Qué ha ocurrido?

  Storytelling

Al hombre le sigue gustando que le cuenten historias, a través de relatos de ficción, reales, incluso con fines publicitarios. El storytelling se ha convertido en un fenómeno imprescindible de comunicación con estructura narrativa aplicable a todo. A estos factores hay que añadir la difuminación de los perfiles entre ficción y realidad. En los últimos años han surgido una multitud de fórmulas mixtas que han enriquecido narrativamente el género y lo han dotado de complejidad artística. Un ejemplo cercano es el cine de Isaki Lacuesta, director de Cravan vs. Cravan y de Garbo, el espía. La forma en que están contados los documentales hoy día tiene un poderoso atractivo. Como Red Army, coproducida por Werner Herzog y el productor Jerry Weintraub, sobre la extraordinaria historia de la Guerra fría sobre el hielo –el hockey sobre hielo- y la vida de un hombre que se atrevió a enfrentarse al sistema soviético; el microcosmos de cultura, belleza y vida del equipo que conserva la National Gallery en el documental de Wiseman, o el macrocosmos de la circunvalación del Sacro GRA romano, en la película de Gianfranco Rosi. Y sin cruzar nuestras fronteras, la fascinación dramática y poética de Los mundos sutiles de Chapero Jackson, la coreografía natural de Guadalquivir, de Joaquín Gutiérrez Acha, o el viaje al alma del guitarrista Paco de Lucía, de Francisco Sánchez Varela.

  Audiencia en Internet

La otra razón del éxito es tecnológica. En 1995 se generalizó el uso público de Internet. Se abría la puerta a otros canales de creación, producción y distribución más directos que los habituales, sin intermediarios. Ya no es imprescindible gastarse en visitar compañías para hacer accesible el visionado de una película independiente. En muchos casos, la productora o la distribuidora ofrecen sus servicios a posteriori, al conocer la calidad del producto. Por otra parte, la tecnología ha abaratado enormemente los costes de producción. Hoy, por una suma razonable, es posible hacerse con un equipo digital de calidad con el que hacer films, de ficción o no, en HD. Incluso la autenticidad, el riesgo y la cercanía con el objeto documental pueden justificar una película grabada en un teléfono celular tanto de buena resolución como de pésima, como Silvered Water, Syria Self-Portrait, la guerra de Siria narrada por youtubers. De alguna manera hemos vuelto a los inicios, a la emoción primigenia de capturar la vida gracias a los avances técnicos y llevarla palpitante a su destinatario, quizá con la misma emoción con que lo harían los hermanos Lumière en 1895 con su cinematógrafo.   Firma: Cristina Abad Cadenas