Es así como escuchan música nuestros hijos: “a tope” de volumen. Para un adolescente la música marca el ritmo de su vida, forma parte del aire que respira, se refugia en ella y le ayuda a expresar y entender esos estados de ánimo y esos sentimientos que todavía no acierta a articular bien del todo, le sirve para sentirse unido a sus iguales con los que comparte sus mismos gustos.
La música le vale para oírse a sí mismo, para decir lo que no sabe o no se atreve a decir. Su grupo preferido pone música a todo ese mundo interior que está despertando. Los sentimientos, las ideas, los proyectos encuentran un referente en un estilo de música o en una canción. Un ritmo, un estribillo, una frase dice por ellos lo que ellos no aciertan a decir.
No es que estén sordos, aunque su forma de escuchar música daña sus oídos; los adolescentes suben el volumen a tope porque quieren meterse en la canción, que es lo mismo que meterse en su mundo, fundirse con ella y sentir más lo que sienten.
Lo que podemos hacer los padres es interesarnos por la música que escuchan y, por qué no, compartirla con ellos. Dejemos, por ejemplo, que pongan en el coche sus canciones, de lo contrario se colgarán los auriculares y dormitarán durante el viaje. Pensemos que escuchar su música es una forma de escucharlos. Comentar una canción puede ser una manera de entablar una conversación e indagar en sus deseos, sus preocupaciones, sus ideas. Educar su gusto musical pasa por conocer y respetar a sus grupos preferidos.
La música que escuchan los adolescentes no es una cuestión baladí, porque ella conforma buena parte de sus ideas, sentimientos e ideales. Decía Woody Allen con ironía que cada vez que escuchaba a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia. Si sabemos lo que escuchan nuestros hijos, sabremos de qué les pueden entrar ganas.
Pero los adolescentes no sólo escuchan música, sino que la viven. Son ellos los que integran y sostienen los clubes de fans de cientos de artistas y los que descargan millones de canciones al año. Apegarse a un grupo o a un cantante les hace identificarse con ellos y con otros chicos y chicas de su edad de diferentes partes del mundo.
Tengamos en cuenta que ser fan supone un gran desgaste emocional; por eso, los padres hemos de estar atentos y trabajar para poner las cosas en su sitio, por ejemplo, no alentando una desproporcionada fascinación por ningún grupo o cantante por muy bueno que sea. Es normal que centre su atención en un artista determinado, que escuche su música y ponga su póster en la habitación, pero de ahí a perder el control ya comienza a resultar peligroso.
La adolescencia es también la edad de comenzar a ir a conciertos. Tarde o temprano nuestros hijos nos pedirán permiso para acudir a alguno. Ante esta petición debemos valorar muchas cosas, como la edad, su temperamento, quién actúa (no es lo mismo un concierto de música pop que de rock duro), a qué hora, dónde, con quién irá… No sería mala idea que a su primer concierto los acompañáramos, no tanto para controlarlos sino para estar a su onda.
Fuente: Blog Aceprensa