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Cine: ¡A ganar!

 

 

 

Rendirse no es una opción

Las vitalistas e inseparables Caroline y Kelley afrontan con ilusión la nueva temporada, en la que con el equipo de vóley del instituto pueden repetir el triunfo del año anterior. La primera quiere dedicarle cada victoria a su madre, enferma de cáncer, que lucha para seguir viva de cara a ver a su hija en la universidad. Por desgracia, Caroline sufre un accidente mortal de moto, para consternación de su familia, pero también de sus compañeras, especialmente de Kelley, a la que la entrenadora, Kathy Brez, pone al frente del equipo en sustitución de la fallecida.

El realizador Sean McNamara [6] sobresale en el terreno de las películas de jóvenes deportistas femeninas, como ha demostrado en Pasión por el triunfo: medalla olímpica [16] (sobre una patinadora) y sobre todo en Soul Surfer [17] (protagonizada por una surfista). Como esta última, reconstruye una historia real sobre la capacidad humana de superar grandes tragedias y para usarlas como motor para lograr grandes gestas en el deporte.

El tal McNamara –que empezó con secuelas para vídeo de Casper [18]– ejemplifica el poder de la fuerza de voluntad, pues a priori le han colocado de nuevo una producción de bajo presupuesto, con voluntad de que sea lo más convencional posible, una historia en la que resulta inevitable ceñirse a los tópicos del género (equipo desastroso al principio que tiene que ponerse las pilas) y hasta algún miembro del reparto mejorable (especialmente el nuevo vecino ‘guaperas’ o el ayudante de la entrenadora).

Sin embargo, sabe aprovechar sus fichas, sobre todo que se ha podido reclutar a dos actores en horas bajas pero sobresalientes, William Hurt [8] (un progenitor que debió tener a su hija a una edad tardía, por la avanzada edad del actor) y Helen Hunt [7] (una entrenadora brillante pero un poco antisocial), rodeados de jóvenes más o menos expresivas. Sabe alternar secuencias de intensidad dramática con momentos deportivos, que logran poner en tensión incluso a quienes desconozcan las reglas del vóley. Con todo esto, le saca tajada a un guión hábil, que avisa de que la obsesión por ganar acabe deshumanizando al individuo y termine con la pasión que le llevó a practicar el juego, y que traza a personajes de carne y hueso, especialmente al padre, que en su interesante subtrama sufre una crisis de fe por el dolor acumulado.