Regreso a los Cien Acres

Hace tiempo que Christopher Robin abandonó al oso Winnie the Pooh y al resto de amiguetes del Bosque de los Cien Acres, para estudiar en un internado. Concluida la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en un adulto gris, que ejerce como contable de Winslow, compañía de maletas en Londres. Durante un fin de semana debe elaborar un plan urgente para recortar gastos, lo que implica renunciar a salir de la gran ciudad, con Evelyn, su esposa, y Madeline, su hija. Una vez solo, un frasco de miel que se le cae provoca por arte de magia la visita del pequeño plantígrado de su infancia.

En una filmografía de lo más variopinto, donde sobresalen la adaptación literaria Cometas en el cielo, el drama que le dio a conocer, Monster’s Ball, el film de zombies Guerra Mundial Z y el Bond Quantum of Solace, Marc Forster había integrado dos ejercicios metaliterarios de enorme interés sobre el valor de la imaginación, Más extraño que la ficción y Descubriendo Nunca Jamás. Ahora, completa una especie de trilogía añadiendo esta continuación de las peripecias de Winnie the Pooh, y el resto de personajes infantiles creados por A.A. Milne. Ha llegado al público meses después de Adiós, Christopher Robin, biopic de este escritor, centrado en la relación con su hijo, que inspiró al niño de sus libros.

A diferencia del resto de revisiones de personajes clásicos de Walt Disney reconvertidos en personajes de imagen real, Christopher Robin no parece tener como ‘target’ al público familiar, como Maléfica, o La Bella y la Bestia. Entretendrá más o menos a los niños, pero se dirige más al público adulto, por su tono nostálgico, algo amargo en el arranque. También por el tema central del inteligente guión, coescrito por Tom McCarthy (Spotlight), que expone con frescura la necesidad de recuperar en la mediana edad lo que verdaderamente importa, sin dejar en segundo plano a la familia.

Sin duda que Ewan McGregor ha sido una buena elección para el rol protagonista, pues no defrauda; tienen menos presencia pero no desentonan Hayley Atwell (la esposa) y Bronte Carmichael (la joven hija), aunque quienes cautivan por completo son los simpáticos Winnie, Tigger, Piglet y el resto de animales digitales, integrados mediante asombrosos efectos visuales, que pueden tomarse como metáfora de la inocencia perdida al dejar atrás la infancia. Su mezcla de elementos de Hook, Mary Poppins y el cine de Frank Capra va ganando en intensidad hasta desembocar en un emotivo desenlace.