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Cine: Converso

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Sopla el viento

Por José María Aresté [2] (decine21.com)

 

Tener o tener fe, ésa es la cosa, podríamos decir parafraseando al príncipe de Dinamarca del “Hamlet” shakespereano. El pamplonés David Arratibel ofrece en Converso un documental que tiene mucho de historia familiar íntima. Pues describe el proceso de acercamiento a la fe católica de casi su entera familia, que arranca con el novio de su hermana María y luego cuñado Raúl, organista, sigue luego por la propia María, y alcanza a su madre y a su hermana pequeña. Con su película, el director explica cómo estos hechos le han afectado personalmente en la última década, su trabajo le sirve para tratar de entender lo ocurrido desde su agnosticismo, y un modo de abordar conversaciones pendientes tras un período en que ha sentido dominado por el estupor y la sensación de rabia por parecerle que quedaba de algún modo excluido del círculo de los que son sus seres más queridos, por no compartir su misma experiencia.

 

Varios aspectos destacan en el documental de Arratibel, premiado con la Biznaga de Plata al mejor director en la sección de documentales del Festival de Málaga. En primer lugar llama la atención su coraje, no sólo por abordar en la pantalla temas tan personales, sino por tratar la fe y la conversión, cuestiones que sin duda interesarán a los creyentes, pero que en el conjunto de los incrédulos puede suscitar todo tipo de reacciones, desde el rechazo sistemático, una cerrazón que rehúye el diálogo, incluso desde la agresividad, al desinterés, la ironía o la pasividad de quien no quiere complicarse la vida o plantearse preguntas más allá de lo que tiene ante sus narices. En cierto momento de la cinta, la madre del cineasta expresa su temor de que el film se convierta en un exorcismo o ajuste de cuentas amargo, al estilo de El desencanto, que contaba las tribulaciones de la familia Panero. Pero no es tal el tono de Converso, que se revela como catarsis para el acercamiento familiar, cada uno desde su posición, guardando cierto silencio pudoroso ante el divorcio de los padres y la muerte de él. Resulta en tal sentido un poderoso símbolo la canción a capella de Tomás Luis de Victoria que cierra la narración.

 

La narración es sencilla, sin alardes, con un uso sobrio y justo de la música como metáfora, o de los planos iniciales en que se atisba cómo tiene organizado María su hogar. Se graban las conversaciones de los distintos familiares con David Arratibel, en que sobresale la honestidad, el tratar de expresar lo inefable, lo que se indica bien en el título de uno de los capítulos en que se subdivide el film, que se interroga acerca de si se puede filmar al Espíritu Santo. María sobre todo, pero también los demás, resultan ser algo parecido a actores naturales, que cuentan con desparpajo, entusiasmo y sentido del humor, evitando el apabullamiento o la intención proselitista, cómo ha sido su proceso de conversión, y el momento más o menos tumbativo en que vuelven a una práctica religiosa abandonada por los avatares de la vida.