Otto Anderson (Tom Hanks) es un viudo cascarrabias y muy obstinado. Cuando una alegre joven familia se muda a la casa de al lado, Otto encuentra la horma de su zapato en la espabilada, y muy embarazada, Marisol, con la que entablará una muy improbable amistad que pondrá su mundo patas arriba.

 

En 2015 la película sueca Un hombre llamado Ove se convertía en candidata al Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa. Años después, el eficaz director estadounidense Marc Foster realiza un remake del film anterior en el que cuenta con una extraordinaria baza: el actor Tom Hanks.

Excepto en rarísimas excepciones (Elvis y Camino a la perdición), Hanks ha representado en el cine a personajes honestos, buenos, morales y coherentes. La elección de Hanks para interpretar al cascarrabias Otto, es garantía de éxito. Y, efectivamente, estamos ante una buena película.

Otto Anderson (Hanks) es un viudo malhumorado y obstinado. Recién jubilado de su trabajo, pasa su vida controlando que, en su calle, todos cumplan las normas de circulación, de orden y de limpieza. Todo este control lo hace de modo obsesivo y solitario, manifestando una actitud permanentemente agresiva y antisocial.

Otto no quiere vivir. No soporta la muerte de su amada esposa y en varias ocasiones intenta poner fin a su vida. Pero, a pesar de la minuciosidad con la que va planeando sus intentos de suicidio, todo le sale mal. Un día una alegre y joven familia hispana se muda a la casa de al lado, Otto encuentra la horma de su zapato en la espabilada, y muy embarazada, Marisol, lo que conlleva a una muy improbable amistad que pondrá su mundo patas arriba.

El film acierta en irnos desvelando poco a poco la historia de Otto y los motivos que le han llevado a su tristeza y amargura. La historia de amor y fidelidad de Otto va apareciendo poco a poco en los recuerdos del protagonista. El espectador va descubriendo que, tras el insoportable carácter de este vecino insoportable, hay una historia de aflicción que necesita ser comprendida. Con frecuencia visita la tumba de su esposa Sonya, y le va contando sus novedades.

La relación con la nueva familia, como no podía ser de otro modo, hace que Otto empieze a mirar el mundo con otros ojos. Poco a poco va descubriendo la bondad de las personas, la dignidad de cada vecino, la necesidad de perdonar y perdonarse, la belleza de la vida y la donación. Ante sus ojos va desfilando el vecindario de siempre, la familia nueva con niñas juguetonas, un joven transexual y hasta un gato solitario. Otto empieza a ver a los demás y a él mismo con otros ojos. Con la ayuda de todos, se convierte en un héroe que luchará contra el desahucio de unos vecinos enfermos.

La película se ve con agrado desde el inicio. El tono de comedia es ciertamente divertido y arranca la sonrisa y hasta la risa del espectador. Conforma avanza el metraje, el film se va volviendo más profundo y emotivo, pero no desentona con lo visto hasta entonces.

Pero si hay algo memorable es la actuación de Tom Hanks. Hanks compone un personaje rico en matices que presenta con una gesticulación tan controlada como eficaz. Su rostro habla y nos lleva a una montaña rusa de emociones: el odio, el asco, la tristeza, el humor, la pena, el amor, el arrepentimiento. Esta memorable actuación está secundada extraordinariamente por Mariana Treviño, que da vida a la nueva vecina Marisol, la extrovertida, alocada, buena madre y esposa, que irrumpe en la vida de Otto como un auténtico torbellino y removerá su tristeza haciéndole exteriorizar todo el dolor que le consume por dentro.

El peor vecino del mundo es tan previsible como hermosa, tan tierna como humana, tan simpática como profunda. Es un auténtico canto a la vida, la familia y la buena vecindad. El mensaje es muy claro, sólo podemos cambiar y ser felices si nos damos generosamente a los demás. Una bellísima historia de redención, en nada empalagosa.

Después de verla, el espectador sale deseoso de ser mejor persona.