No estoy tan desquiciado como para considerarla mi “happy place” particular (a ver si hago un rato para escribir sobre ese concepto), pero una de las cosas por las que veo y me gusta ‘The Walking Dead’ es porque conecto con ella mucho emocionalmente. No me parece ni lenta ni manipuladora ni poco creible, pues ha conseguido que los temas que trata y su manera de hacerlo consigan implicarme más allá del mero entretenimiento. No, no me imaginéis llorando a moco tendido abrazado a un cojín tejido por mí mismo mientas la veo, pero sí más impactado por lo que pueda ocurrirles a Rick, Shane y Lori que por la vida amoroso-cuántica de Olivia Dunham. Es lo que hay.

Lo que ‘Fringe’ consigue con algunos (o ‘Mad Men’ y ‘A Dos Metros Bajo Tierra’ con casi todos), ‘The Walking Dead’ lo ha logrado conmigo. No necesito que la serie tenga un “algo más” que muchos le niegan, porque ya lo pongo yo. Las preguntas que plantea (pero no resuelve) la serie de los zombies me interesan. ¿Es el hombre bueno o malo por naturaleza? ¿Un líder nace o se hace? ¿En qué momento se hace necesario (si es que se hace necesario realmente) un gobierno? ¿Debe éste ser democrático? ¿A qué tintorería lleva Rick Grimes su uniforme de sheriff? 

Cuando los propios responsables de la serie (entre ellos Andrew Lincoln el otro día, por videoconferencia en las oficinas de Fox España) definen la serie como “una historia sobre los límites de la humanidad y la supervivencia” yo no soy de los que ponen los ojos en blanco en plan “ya empiezan con filosofías de sección de oportunidades” y pide que los guionistas pisen el acelerador. A mí lo que cuenta ‘The Walking Dead’ me toca. Y cómo lo cuenta me gusta. Esto no quita para que pueda verle a la serie todas esas pegas que vosotros seguro empezaréis a subrayar en la sección de comentarios. Simplemente me hace ser más tolerante con ellas, porque a los seres queridos les perdonamos cosas que a otros no. La lentitud, la indecisión y el estancamiento conceptual de ‘The Walking Dead’ para mí son más virtudes que defectos. Son parte de MI serie y, como tales, los acepto, respeto y quiero. Como los ataques de nervios de mis gatos gordos con nombres de escritores románticos (Nota: esto es una licencia. NO tengo gatos ni les pongo nombres de ésos).

En cambio, cuando me dicen que que «en ‘The Walking Dead’ no pasa nada” o que “es demasiado blandita” sí que pongo una cara de sorpresa como la de Lincoln el otro día cuando le preguntamos si no cree que la serie admite más sangre y atrocidades o que sobra amor y falta acción en esta nueva temporada. Para él esto no es así y que así lo creamos quizá tiene que ver con hasta dónde hemos podido ver de una temporada que el intérprete de Rick Grimes recomienda ver entera antes de juzgar. Porque (ojo, semispoilers) vamos a contemplar unas cuantas barbaridades más, la lucha por el liderazgo se va a resolver y no todos los personajes principales van a sobrevivir. Y sabremos qué le susurró el científico al oído a Rick. Van a pasar cositas. Aunque para mí, ya están pasando. E insisto: ni tejo, ni tengo gatos, ni leo autoayuda.

Fuente: Alberto Rey, Asesino en serio (el mundo, blogs) 20/2/2012