De J. Ramón Blázquez – (Deia, 24 de Mayo de 2010)

DESDE que Zapatero anunciara sus drásticas medidas de ajuste (la carta de ajuste) la tele está invadida de ministros. Y da igual de qué cadena se trate. Hay ministros apalancados en la tele mañana, tarde y noche. Y es que el presidente español les ha enviado a predicar a los descreídos ciudadanos el evangelio de la crisis, el mismo que negara durante años y que ahora presenta como la única verdad revelada. Esto es lo que está ocurriendo: Zapatero confía en el poder de la televisión para redimirse, mediante la propaganda y el favor del telediario, de la gestión económica más incompetente que guardan memoria los siglos.

El ministro de Fomento, Pepiño Blanco, ha trasladado su despacho a los platós para gozar de varias entrevistas la pasada semana. Más que Belén Esteban. Pero también se han movido en las pantallas las ministras de Vivienda y Sanidad, el ministro de Justicia, el de Industria y el vicepresidente Chaves. Las vices Salgado y De la Vega no han parado de sermonear a diario. Con estos tres mandamientos: aceptarás con resignación los recortes porque «no hay más remedio; reconocerás que tu Gobierno actúa movido por la responsabilidad y no por la UE y el FMI; y nos apoyarás contra los ricos (los del camello y la aguja) con una fuerte subida de impuestos. Eslóganes falaces desde el campanario de la tele.

Así funcionan las cosas. Cuando el Gobierno tiene miedo a la gente, sus jefes de prensa se mueven para exigir a las televisiones tiempo y audiencia para la demagogia. Tienen el presupuesto de publicidad como sutil argumento. Zapatero, como el Padrino, les hizo un favor al donarles el millonario lote de la publicidad de TVE y después les regaló, a la medida de sus intereses, la Ley General Audiovisual. Ahora, ha llegado el momento de que Telecinco, Antena 3 y las demás, de izquierda a derecha, le devuelvan el favor con el máximo apoyo informativo y la cobertura de opinión más favorable. Dicho y hecho. Los ministros ocupan la televisión, como los soldados en los golpes de Estado. ¿Cuál es la diferencia?