Hace un par de días se informaba desde Vertele.com sobre el inicio del rodaje de una sitcom ambientada en la Guerra Civil española. Plaza España está siendo producida por Hill Valley, y, al parecer, localiza su trama en un pueblo castellano en el convulso mes de julio de 1936. Quizá su particularidad más relevante sea que se trata de una comedia dedicada a la contienda –algo ya ensayado en el cine–, y que, por tanto, marca claras distancias con el canon televisivo tradicional, basado en el drama y los traumas asociados a aquel episodio histórico.

El medio agrario, sustrato primigenio del solar patrio

Pero esta particularidad no obvia otro aspecto importante que, quizá, no ha sido puesto suficientemente de relieve a la hora de explicar el éxito de las ficciones históricas recientes. En efecto, más allá de las obvias distancias temporales Plaza España apela simbólicamente, desde su título, a la misma colectividad reunida en el peplum televisivo Hispania. Y ambas series comparten con 14 de Abril. La República una misma localización, situada en un medio agrario que es presentado como sustrato primigenio del solar patrio.

 

14 de Abril es una trama romántica capaz de neutralizar con su share a ofertas consolidadas como CSI. Está trufada de terroristas anarquistas, muchachas burguesas, socialistas-sufragistas, señoritos reaccionarios y militares golpistas. Sin embargo, más allá de las diferencias ideológicas (y morales) establecidas entre los personajes, todos ellos se reúnen en un mismo escenario bien aquilatado: el de una República española ambientada, alternativamente, entre ese medio rural indeterminado y el Madrid de 1931.

14 de Abril se estrenó a finales de enero de 2011, en la misma semana que se programó el desenlace de Sofía, la miniserie de Antena 3 dedicada al noviazgo y primeros años de matrimonio de los Príncipes de España. En su segundo capítulo, Sofía dejaba ya de ser de Grecia, y se convertía en Sofía de España, por mor de ese enlace regio. No obstante, desde los primeros instantes de la miniserie la familia real griega fue presentada desde un código radical de españolidad. Los personajes ni tan siquiera fingían dificultades de comprensión a la hora de conversar con sus invitados españoles (los Condes de Barcelona y sus hijos), y todos compartían un mismo castellano neutro en unas idílicas vacaciones en Corfú, allá por los primeros años sesenta.

Apelación a las ideas de historia compartida y colectividad inclusiva

La primera entrega de Sofía fue programada un día antes que el capítulo Operación Galaxia, de Cuéntame cómo pasó, en esta ocasión dedicado a evocar cómo los Alcántara vivieron en primera persona las tensiones involucionistas que jalonaron la transición española. Unas tensiones metaforizadas mediante la implicación de un alto mando militar, vecino de esta familia televisiva, en la conspiración de la cafetería Galaxia, una intentona donde Tejero jugó un papel capital. En aquella misma jornada de enero de 2011, ya de madrugada, La Primera de TVE emitió también la serie Cómo hemos cambiado, en esta ocasión con un capítulo dedicado al turismo y al Spain is different. De este modo concluía su particular “menú de memoria”, que tuvo un segundo plato nutrido por el programa Los anuncios de tu vida.

España es diferente, la transición española, Sofía como Princesa de España, la República española, Hispania, la Plaza España… Más allá de todas las particularidades que podamos apreciar ante este mosaico de ofertas, parece claro cuál es su cordón umbical: la apelación a las ideas de historia compartida y colectividad inclusiva, erigidas desde el microcosmos de la ficción.

La “familia nacional televisiva”

Todas estas ofertas han recabado en situaciones suficientemente reconocibles por la audiencia, ya fuese porque aludían a personajes muy populares, a estereotipos nítidos, a momentos-mito o a la nostalgia, o a las cuatro cosas al mismo tiempo. Han sido, pues, relatos sobre el pasado, pero enmarcados en espacios simbólicos que interaccionan con el presente. De esta forma, la historia se ha convertido en terreno alegórico desplegado ante lo que David Morley denominó como la “familia nacional” televisiva.

Una familia –repartida desde Murcia a Canarias, o de Extremadura a Navarra– que reconoce y se familiariza con los grupos idiosincrásicos de los Alcántara y sus vecinos, con los hijos de los burgueses terratenientes y los modestos campesinos de 14 de Abril, con la familia real o con los bravos guerrilleros de Viriato… Todos ellos son, por tanto, personajes-referentes, capaces de convertirse en punto de encuentro para esas otras unidades familiares repartidas en sus hogares. Unas familias que, desde la recepción y el consumo televisivo, dotan de sentido a estos personajes, y los emplazan como piezas coherentes dentro de un sistema cultural-nacional de significación y comprensión.

Vivimos una edad de oro para las series, las miniseries y los telefilmes de época. Son productos conservadores en sus estándares dramáticos, pero muy rentables desde un punto de vista comercial y de audiencia. También pueden polemizar políticamente, como evidencian las reacciones del diputado del PP Ramón Moreno a 14 de Abril. Pero hasta Telecinco se ha atrevido con producciones que se han insertado perfectamente en lo que Juan Pablo Artero ha caracterizado como las estrategias virales de programación. De este modo, dentro del esquema de la cadena, caracterizado por la sobreabundancia de info-shows o por los liderazgos populistas (como el de Belén Esteban), se han acoplado sin tensiones relatos de proximidad como La Duquesa o Felipe y Letizia.

 

De nuevo nos encontramos con la familia real española, aunque sea desde un prisma mucho más jovial que el encarnado, por ejemplo, ante los episodios de la muerte de Franco y la biografía de Suárez (Antena 3, 2008 y 2010) o el golpe de Estado de 1981 (TVE, 2009). Juanjo Puigcorbé dio vida a un alter ego del Rey Juan Carlos vacío de resonancias áulicas, muy diferente del interpretado con anterioridad por Fernando Cayo o Lluis Homar. Pero esa desacralización no entró en conflicto con el rango nacional-español desplegado por el relato de Felipe y Letizia, una propuesta que merece convertirse en verdadera serie de culto.

La ficción histórica incluye múltiples señas actualistas sobre situaciones, hábitos, costumbres, modelos relacionales, lenguajes y afectos genéricamente españoles. Se trata de una oferta coherente con el radio de acción natural de las cadenas que emiten tales productos. Y marca claras distancias con otras ficciones –las programadas desde algunas cadenas autonómicas–, que trabajan con escalas culturales o lingüísticas privativas. Sobre esta cuestión es indispensable la lectura del estudio de Enric Castelló Sèries de ficció i construcció nacional en Cataluña. Si retomamos su idea, y abrimos la mirada al contexto nacional, también podemos hablar de “imaginar una España televisiva” a través de las estrategias de recuerdo ficcional.

Spain no es different de Francia, Italia o Portugal

Además, España no es diferente. La edad de oro de la ficción histórica está siendo paralela al éxito de otras muchas propuestas programadas en los canales franceses, italianos o portugueses, donde los líderes de la Resistencia, los Papas o, incluso, la vida privada de Salazar se han erigido en citas sintomáticas ante otras familias nacionales mediterráneas. Una buena muestra de cómo la internacionalización de formatos televisivos incide, mutatis mutandis, en la actualización de las representaciones sobre el “quién soy yo, y quiénes (y cómo) son los que me rodean”.

Autor: José Carlos Rueda Laffond, Profesor Titular en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, e investigador en un Proyecto sobre Memoria y Televisión en España.