Alfonso Méndiz Noguero, Profesor de Comunicación y Publicidad de la UMA

sala cine

 

Hablábamos de la capacidad sugestiva de las películas, de su enorme capacidad de influencia psicológica. Ciertamente nos fascinan y nos transportan a otros mundos. Pero esta fascinación, cuando acontece en una sala cinematográfica, parece como si se multiplicara por diez. ¿Podemos poner filtro a un impacto que nos arrastra?

 

 

Y es que el cine ejerce sobre los espectadores un impacto multidimensional, porque afecta simultáneamente a todos nuestros sentidos, y es casi imposible no dejarnos arrastrar por la trama del filme o de la teleserie. Esto, llevado hasta el extremo, es lo que explica esos fenómenos de fascinación -y hasta de «locura» colectiva- en estrenos cinematográficos como el de «Luna nueva«.

A diferencia del periódico o de la revista, que afectan sólo al sentido de la vista; o a diferencia de la radio, que incide sólo sobre el oído, el cine influye en varios sentidos al mismo tiempo. Ofrece una imagen cautivadora y estética, como la pintura o la fotografía (cuidando el encuadre, la composición, la luz); pero añade a la vez la sugestión del movimiento (como en la danza); y, al mismo tiempo, nos envuelve con la banda sonora (como en una audición musical); y realza la acción con efectos de sonido: la modulación de la voz, la retórica verbal, los diálogos…

Todo ello actúa simultáneamente en nuestro interior, en nuestra capacidad cognitiva y en nuestras emociones, y nuestra mente es incapaz de separar esos diferentes estímulos y anteponer para cada uno de ellos el filtro adecuado. En consecuencia, resulta muy difícil sustraerse al impacto que puede producir una secuencia bien planificada, y más aún atemperar el juego de emociones que va desarrollando el argumento del filme, pues la historia se “siente” al compás de la música, mediada por unos actores determinados, con una determinada opción interpretativa, bajo ciertos efectos de luz, de decoración, etc.

Y esto, insisto, provoca un impacto mayor en el cine. El propio ambiente de la sala contribuye a que “nos metamos” en la historia ficticia. Se apagan las luces, se enciende un proyector sobre una pantalla de grandes proporciones y arranca una música que procede de todas partes. Nada nos distrae de esa trama que comienza: no hay contertulios, como cuando vemos el televisor, ni llamadas telefónicas o tareas pendientes. Todo está pensado para invitar a la relajación y la contemplación; y, de hecho, los ojos no pueden mirar más que en la dirección de la pantalla.