- iCmedia Norte - http://www.ateleus.com -

Haters online: ¿mezquinos acosadores crecen y evolucionan?

[2]

Antes era necesario afrontar cara a cara a la persona que se tenía en el punto de mira. Por lo menos había que exponerse. Hoy, gracias a los blogs, foros, plataformas online y redes sociales, difundir el odio se ha convertido en un deporte nacional popular, y eso en todos los países. Las víctimas son siempre las mismas, nada nuevo respecto al pasado. Según los mapas redactados por Vox en colaboración con la Universidad La Sapienza de Roma, el principal objetivo del odio en la web está representado por las mujeres, víctimas del 63% de los tuits negativos analizados, seguido por los homosexules con el 11%, de los inmigrantes con el 10% y después las personas con discapacidades (6%) y judíos (2%).

Los haters, sin embargo, son de aspecto menos abusones que antes pero más malos. Crean perfiles falsos, desahogan su rabia burlándose y ofendiendo, pero lo hacen solo detrás de una pantalla. Los abusadores modernos viven en un aislamiento digital, lejos de dinámicas de grupo reales y su linfa de resentimiento se nutre de “me gusta” y “compartidos”. Cada vez más desinhibidos, cada vez más ruines, ya no usan las manos y la violencia física, usan palabras duras, comentarios cortantes y encuentran fuerza en quienes les apoyan on-line. Se sienten alguien en ese mundo hecho de bits y de bytes (N. del T.: la autora juega con el doble sentido en inglés de bite (mordisco) y bite (unidad de medida digital), y a menudo conducen una vida en cautividad. Son desadaptados, a menudo desempleados que tienen que ocupar su tiempo y lo gastan online. Normalmente hombres, viven en la auto-marginación en ambientes cerrados, y tienen un bajo nivel de escolarización. Este es el panorama que dibujan las investigaciones de escucha de la red y del análisis de millones de tuits y publicaciones en circulación, en todos los países europeos y no europeos.

Allá donde vas, haters que encuentras: efecto de desinhibición de la web

Factores como el anonimato, la invisibilidad y la comunicación no en tiempo real sacan lo peor de las personas. Los psicólogos llaman este fenómeno el efecto de desinhibición de la web. Un “efecto” garantizado por la mediación de las nuevas tecnologías, que permite ignorar las reglas sociales y las inhibiciones que están siempre presentes en una interacción cara a cara. Un fenómeno de por sí no siempre negativo. El fenómeno, de hecho, puede tener también efectos positivos, por lo que conviene distinguir entre desinhibición buena y mala.

Efecto de desinhibición buena: Delante de una pantalla es posible ser uno mismo. Para los tímidos o para los que tienen una baja autoestima, la tecnología permite dejarse llevar y comunicar de forma abierta, sincera, también sobre argumentos muy personales. La mayor facilidad para comunicar los propios sentimientos y las propias emociones se revela una panacea para ese tipo de personas.

Efecto de desinhibición tóxico: La otra cara de la desinhibición está representada por la mayor tendencia a actuar de forma desagradable o socialmente sancionable, realizando comportamientos agresivos, sexualmente explícitos o en general desviantes.

Hoy la web está llena de personas que la han transformado en una cueva de hostilidad y violencia. Un odio de camarilla, típico de los clanes que se unen contra un enemigo común. Y si es verdad que los ataques online a menudo se esfuman en pocas horas o días, es también verdad que la red no olvida y su eco puede asumir los contornos de una persecución que puede desembocar en epílogos dramáticos como el suicidio de la víctima. Lamentablemente las páginas de sucesos reportan episodios degenerativos que terminan en suicidios de adolescentes. Ya, porque son los más vulnerables: necesitan el reconocimiento por parte de la sociedad, y sufren por la exclusión y el juicio inmisericorde de terceros. La red puede ser mucho más perversa que los coetáneos, y muchos no han sabido dar el peso justo a esas oleadas de linchamiento digital.

John Suler: el efecto desinhibición online

John Suler, profesor de psicología de la Rider University describió muy bien en su famoso artículo del 2004 y sucesivamente en su Psychology Of The Digital Age: Humans Become Electtric (Cambridge University Press, 2015), el comportamiento online de las personas, y ha identificado los seis factores principales que facilitan el abatimiento de las barreras psicológicas y el aumento de comportamientos desinhibidos en el mundo virtual, con sus efectos positivos y negativos.

  1. No sabes quién soy (anonimato disociativo)

Online se tiene la sensación de poder hacer todo porque las cosas dichas o hechas en ese ambiente digital pueden no estar unidas al resto de la vida. Una especie de disociación que permite justificar cualquier acción donde no se consideran las consecuencias. Tanto para bien como para mal.

  1. No puedes verme (invisibilidad)

La imposibilidad de ver la cara a los interlocutores provoca una disminución de los umbrales de inhibición. La ausencia de todos los elementos de la comunicación no verbal (la expresión facial, la postura y el tono de voz) hace la contraparte no real, por lo tanto no debemos esforzarnos en modular el comportamiento en base a las reacciones que se observan.

  1. Nos vemos más tarde (relación asíncrona)

La “asincronicidad” de las comunicaciones permite, por un lado, la posibilidad de expresar la propia opinión sin tener necesariamente que escuchar la respuesta de los propios interlocutores, aumentando a veces la tendencia a atacar verbalmente y desahogarse de forma agresiva. Por otro lado, posibilidad de posponer la propia respuesta permite reflexionar con más atención, evitando actuar impulsivamente, una buena oportunidad para las personas que tiene más dificultad para expresarse. También en este caso es necesario observar cómo el comportamiento puede mejorar o empeorar dependiendo del sujeto.

  1. Está todo en mi cabeza (introyección solipsista)

Introyección solipsista: las personas tienden a interpretar los mensajes ambiguos en base a las propias esperanzas o miedos. Puede suceder así que una broma sea interpretada como un insulto, o al contrario, un blando interés visto como signo de escucha y apoyo.

  1. Es solo un juego (imaginación disociativa)

La imaginación disociativa permite justificar cualquier acción ya que se piensa erróneamente que todo lo que sucede online permanece online, y que las consecuencias no tengan una repercusión en la vida cotidiana.

  1. Somos iguales (minimizar la autoridad)

La red ha modificado también la posibilidad de identificar el status social en la forma tradicional, por tanto haciendo irrelevantes las diferencias sociales reales a las que estábamos acostumbrados, como la educación, la riqueza, la pertenencia a una clase social o el país de procedencia, etc. Online sin embargo se asiste a un cambio en los factores que determinan el status de las personas. En internet la capacidad de comunicar o las técnicas que permiten aprovechar al máximo los instrumentos tecnológicos, asumen mayor relevancia. Concluye el profesor Suler que tales modificaciones de pensamiento y actitud online y el efecto de desinhibición declinado en las varias facetas, interactuará con las variables de personalidad, en algunos casos devolviendo una pequeña desviación del comportamiento de base de la persona (offline), mientras en otros casos causará cambios dramáticos. En resumen, la vida online continúa modificando también las relaciones entre personas, tanto online como offline, y los efectos son cada vez más tangibles.

La necesidad de una normativa precisa

El “discurso del odio”, es decir la espiral de insultos que se retroalimentan y contaminan internet, se ha convertido en un fenómeno poco gobernable. Es necesaria realmente una normativa ad hoc que consienta la definición de crímenes que hoy se propagan y a menudo quedan impunes, para defender a nuestros jóvenes y tutelar a los más pequeños.

Terminar en el punto de mira de los haters, trolls, o ser víctimas de linchamiento digital y de ciberacoso es más fácil de lo que parece. Estamos sacrificando internet y su potencialidad a la cultura del odio, que todo lo invade. La red ha cambiado y como subraya también la revista Time, también su “personalidad ha cambiado: antes era freaky y difundía su flujo infinito de informaciones, hoy si dices que combates con la depresión tratará de empujarte al suicidio”.

Lamentablemente un aspecto a menudo infravalorado es que estas dinámicas implican no solo a los más jóvenes sino también a los adultos, sobre todo pertenecientes a grupos. Asistimos, así, a la lucha entre grupos opuestos: veganos y carnívoros, guapos y feos, fans y no fans.

La Teoría de la identidad social conceptualizaba el grupo como lugar de origen de la identidad social. En el hombre la tendencia espontánea a constituir grupos, a sentirse parte y a distinguir el propio grupo de pertenencia (ingroup) del de no pertenencia (outgroup), dispara un mecanismo de favoritismo para el propio grupo (y lo inverso para los outgroup).

El problema real, hoy, es que gracias a los nuevos modelos de interacción no físicos y directos, salta también este último baluarte y parece asistirse cada vez más a grupos que fagocitan y alimentan el odio hacia el outgroup, cosa que ha sucedido siempre, y se extiende incluso a quienes se “desvían” en el “in-group”, el desacuerdo se paga con la exclusión animosa.

Una lucha todos contra todos, donde ni siquiera las teorías de la “manada” funcionan, y que asume más bien los contornos de un individualismo desenfrenado sin normas que involucra a todos y crea nuevas “reglas”, sobre todo para las futuras generaciones.