Profesor Lazhar (2011)
La buenísima educación
Una escuela, en Montreal. Una profesora se ahorca en la misma aula en la que impartía clases a chicos y chicas de doce años. Simon, uno de sus alumnos, es quien la descubre. Bachir Lazhar, inmigrante argelino, lee la noticia en la prensa, y se le ocurre ofrecerse como sustituto. Tras la sorpresa inicial, la directora, que tiene lógica prisa en cubrir el puesto, le acepta. Aunque Bachir proviene de un ambiente con métodos pedagógicos muy diferentes, logrará hacerse con su clase, entendiendo los sentimientos que embargan a los chicos tras el suicidio, al tiempo que sobrelleva su personal tragedia familiar.
Magnífica película escrita y dirigida por el canadiense Philippe Falardeau, que adapta una obra de teatro de Evelyne de la Chenelière. Profesor Lazhar ha sido nominada al Oscar a la mejor película extranjera, y tiene la mayoría de las cualidades exigibles a un gran film: una historia interesante, conflictos, apasionantes temas de fondo, y personajes bien definidos. Todo presentado con un tono sobrio, una paleta de colores apagados –gran parte de la narración transcurre en invierno–, y una partitura musical perfecta para acentuar el “mood” entre triste y esperanzado que preside el film.
Falardeau se las arregla para confrontar modos de enseñar diferentes, que no tienen por qué colisionar, se puede aprender de la pedagogía de unos y otros, lo importante es interesarse de verdad por los alumnos, educar y no conformarse con enseñar. En Profesor Lazhar, también habla de los padres, su presencia agobiante o su ausencia por motivos profesionales, en los que tal vez no falte el amor, pero puede que esté ausente el hacerse cargo, el entender, o el simplemente “estar ahí”, accesibles, para lo que haga falta. La globalización, el encuentro de Oriente con Occidente es un hecho, hay que aprender a convivir, a respetar la diferencia, a valorar lo bueno del otro; pero sin negar lo que está mal o no funciona, ya sea el fundamentalismo que conduce al terrorismo en Argelia, o los problemas de las sociedades desarrolladas, donde cuestiones como la imposibilidad de “tocar” a un alumno –hay una hipersensibilidad sobre actitudes con connotaciones sexuales o de malos tratos– son sólo la punta de un problemático “iceberg” que en Occidente no se quiere –o no se sabe– sacar a la luz.
Lejos de Falardeau cuestionar el papel de la psicóloga que quiere ayudar a los niños a pasar página con el suicidio de su profesora, pero el cineasta no deja de apuntar a si a veces hay un conformismo que se limita a aplicar “reglas de manual”, en vez de ver personas, individuos, en los chicos, a los que hay que tratar de ayudar. Y Lazhar, desde su posición de profesor, hace eso, sin tratar de suplantar a nadie, simplemente cuidando a los que tiene a su cargo. Todas las escenas del profesor en el aula, o con sus alumnos, o en las relaciones con sus colegas, tienen el sabor de lo auténtico.
Como cabe imaginar, en una película que se titula Profesor Lazhar, el personaje del título es el alma de la historia, lo que exige a un actor de talento para encarnarlo. Fellag da con el tono perfecto de quien ha sufrido y sigue sufriendo mucho en la vida, pero no trata de cargar sobre los hombros de otros lo que es su dolor. Alguien educado, interesado por los demás, inmigrante, sin dejarse dominar por el pensamiento de cómo será juzgado por los que tiene alrededor. El resto del reparto está muy bien, de modo especial los niños Sophie Nélisse y Émilien Néron.