Golpe de estado (2015)

Familia en apuros

La familia Dwyer se traslada en avión a un país asiático, donde el padre Jack va a trabajar en una empresa de depuración de aguas. Pero justo la noche de su llegada se produce el asesinato del primer ministro y el país queda sumido en el caos más violento. A primera hora de la mañana Jack se da cuenta de que él y los demás extranjeros son objetivos de los revolucionarios, que empiezan a asesinar a mansalva. Desde ese momento Jack tendrá como obsesión escapar y poner a salvo a su familia, cosa que parece materialmente imposible.

Trepidante film, modélico en su concepción “familia atrapada sin posibilidad de escapar”, que supone sin duda el mejor trabajo hasta la fecha de su guionista y director John Erick Dowdle (Así en la Tierra como en el infierno). Aunque hay una leve aunque explícita mención a la culpabilidad de occidente respecto a la situación injusta de muchos países de asiáticos, el guión ha sido depurado hasta el extremo para no perderse en berenjenales políticos, sentimentales o simplemente discursivos. Aquí hay los mínimos pespuntes –se supone que estamos ante un golpe de estado en Tailandia– para que la trama resulte absolutamente verosímil y el realismo contundente de la situación transmita la idea de que únicamente un milagro podrá salvar a esa familia de ser asesinada.

El ritmo de Golpe de estado es enorme (los hechos suceden en un único día) y la puesta en escena realista, con profusión de primeros planos y cámara en movimiento (pero sin agotar) logran que la sensación angustiante no desaparezca ni un minuto del metraje. Hay escenas potentes, como la del salto al tejado o la de la motocicleta entre la masa revolucionaria. Por encima de la autoconservación, funciona además la obsesión natural de unos padres por salvar a su prole, cuestión apuntalada varias veces por Erick Dowdle. También se evita certeramente el peligro de derivar la historia hacia un film de acción al estilo agentes especiales, de modo que la inclusión del personaje interpretado por Pierce Brosnan brilla sólo lo justo. Los actores están formidables, especialmente los padres: un Owen Wilson en un papel muy alejado de sus típicas comedias, y una aterrorizada Lake Bell (El chico del millón de dólares).