Figuras ocultas (2016)
Secundarias en primer plano
Una de esas películas capaces de elevar el espíritu, que hacen pensar que todo es posible cuando uno se deja guiar por la divisa del trabajo bien hecho y de hacer lo correcto. Se basa en hechos reales, y su título alude a los tres personajes femeninos retratados, tres mujeres negras que en los años 60 en Estados Unidos, con la segregación racial plenamente vigente, fueron capaces de labrarse una asombrosa carrera profesional en la NASA, la agencia espacial americana, tarea que compatibilizaban con su trabajo en casa como madres de familia. En el elocuente prólogo en que las seguimos en la niñez, descollando por su pasión científica, vemos cómo son capaces de descubrir bellas y perfectas figuras geométricas en los elementos cotidianos que les rodean.
En 2014 un desconocido Theodore Melfi sorprendió con St. Vincent, una divertida comedia con su punto dramático protagonizada por Bill Murray, que se atrevía a plantear en cine la idea de que podemos ser santos en la vida cotidiana, buenas personas, una aspiración que tal vez nos cuesta distinguir en los que nos rodean, quizá porque ni ellos mismos son conscientes de que justamente eso es lo que desean. Ahora, en el fondo, aletea idéntica idea en Figuras ocultas, película de hechuras más clásicas, por partir de personajes auténticos. Y sabe destacar a los personajes que habitualmente estarían en segundo plano, dejando precisamente en este lugar a los heroicos astronautas, incluido el mítico John Glenn, que en otros filmes habrián tenido un protagonismo absoluto, más en esa carrera contrarreloj con los soviéticos durante la guerra fría, por no quedarse atrás en la carrera espacial.
Melfi dirige, produce y coescribe con Allison Schroeder con talento, pues tiene la virtud de no atascarse en las aristas de las injusticias que les toca vivir a las tres protagonistas, sin que ello signifique su omisión. La idea es hacer prevalecer el tono amable, se diría que la divisa de Katherine G. Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson –estupendas Taraji P. Henson, Octavia Spencer y la recién llegada Janelle Monáe– es poner a mal tiempo buena cara, y seguir esforzándose un día y otro en hacer las cosas mejor, ya llegará en su momento el reconocimiento, si tiene que llegar. De modo que situaciones como la de tener que perder literalmente un cuarto de hora en ir a la carrera al cuarto de baño, porque en la zona donde trabaja Katherine no hay aseos para «gente de color», se convierte en algo próximo al vodevil, se critica inteligentemente por reducción al absurdo.
El guión es modélico a la hora de describir las funciones de Johnson como calculadora, Vaughan como supervisora in pectore que acaba siendo una experta en el recién adquirido superordenador IBM de fichas perforadas, Jackson completando su estudios para ser la primera ingeniera sfroamericana. Y no cae en buenismos anacrónicos a la hora de describir a los personajes blancos de la NASA, grandes profesionales y capaces de detectar lo que es injusto, pero humanos e hijos de su tiempo, lo que puede verse en el jefe del proyecto Kevin Costner, en la encargada de personal Kirsten Dunst, o en el ingeniero celosillo Jim Parsons, dando la vuelta a su Sheldon de The Big Bang Theory.