Master and Commander. Al otro lado del mundo (2003)

El viento en las velas

El viento en las velas

Sotavento. Foque, trinquete, bauprés. Más de un amante de los libros de aventuras, se ha sentido perdido entre términos náuticos incomprensibles, al leer novelas que transcurren en el mar. Para los que son de tierra adentro, el inicio de Master and Commander puede producir temblores. Pero la sensación dura poco. La descripción de la vida a bordo del Surprise, espléndida nave de Su Majestad Británica que surca los mares en 1805 durante las guerras napoleónicas, es un paso necesario. Gracias a él nos hacemos idea de las penalidades y hermosura de la navegación. Y estamos listos para conocer a los personajes y su misión, inspirados en la décima novela de Patrick O’Brian sobre el capitán Jack Aubrey “el afortunado”, aunque con elementos de las otras.

Aubrey, capitán del Surprise, tiene órdenes de capturar el Acheron, buque insignia de la Armada Francesa; su determinación para cumplir la misión, recuerdan a la obsesión del capitán Achab por Moby Dick, aunque Aubrey revela una humanidad superior. Contrapunto a su empeño militar lo ofrece el médico de a bordo, Stephen Maturin. Buen amigo de Aubrey, la razón de que esté en el barco no estriba en su sentido marcial. Cumple un papel y está dispuesto a luchar, pero su deseo es recabar en las Islas Galápagos para estudiar la naturaleza virgen y hacer avanzar la ciencia. Los intereses de Aubrey y Maturin no son necesariamente contrapuestos, pero el rico guión pergeñado por Peter Weir y John Collee sabe crear un conflicto donde colisionan patriotismo, lealtad, cumplimiento de la palabra. El film acierta, pues, donde más importa: en la historia y los personajes. Conocemos además a otros tripulantes y entendemos su valor y sus temores. Vemos a creíbles niños guardamarinas, que empiezan a saber lo que es el mando, y a los que no debe temblar la voz cuando dan órdenes a curtidos marineros. Todo el reparto, en el que sobresalen Russell Crowe y Paul Bettany, está soberbio. Master sorprende por su clasicismo. Cuenta una historia de aventuras, donde las virtudes son nítidas y atractivas. Acostumbrados en tanta película reciente a héroes que van por libre, aquí observamos cómo cada marinero tiene su papel, la importancia de la obediencia. No hay maniqueísmo, y sí una buena delimitación de los deberes y lealtades a los que uno está, necesariamente, sometido. En tal contexto, surgen con naturalidad las miradas a lo alto, la plegaria a Dios.