Spy Game (2001)

La nueva cara de la CIA

Los tiempos cambian. Adiós a la guerra fría y todo eso. Nathan (Robert Redford) lo sabe, con lo cual no le importa demasiado que haya llegado, al fin, la hora de la jubilación. En plena faena de desmontar sus despacho, los jefes le llaman a capítulo: Tom, uno de los cachorros criados en sus pechos, ha sido hecho prisionero en China. Por una cuestión política (las siempre delicadas relaciones entre Estados Unidos y los de los ojos rasgados), la cosa no puede hacerse pública. Motivo por el cual Tom podría ser ejecutado a partir de las próximas 24 horas. Aterrado ante la posibilidad de que su antiguo pupilo sea sacrificado por “razones de interés nacional”, Nathan deberá recurrir a los métodos del espionaje de antaño para lograr su liberación.

Tony Scott, el hermano de Ridley, firma uno de sus mejores filmes, junto a Marea roja y Amor a quemarropa. A la hora de narrar, sabe mezclar los hilos narrativos de lo que sucede en China y EE.UU., junto a recuerdos del pasado que nos indican lo que une a maestro y discípulo. Y junto a la apasionante intriga, plantea preguntas acerca de las disyuntivas morales que se presentan a los que se dedican al mundo del espionaje: ¿Pueden tener vida privada? ¿Vale todo? Resulta además muy inteligente la elección del reparto: Pitt parece un buen recambio al espía Redford, y por debajo subyace la idea-interrogante de si lo mismo ocurre entre ambos en lo que se refiere a su trabajo como actores.