Ficha:

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La muda y el monstruo

Los años de la guerra fría en Estados Unidos. Elisa Esposito es una mujer muda, con un sencillo trabajo como limpiadora en unas instalaciones militares supersecretas del gobierno, lo que no le impide tener un alma delicada y sensible, que busca dar y recibir amor. Sus mejores amigos son Zelda, compañera del trabajo, y Giles un vecino ya maduro, artista de diseño gráfico cuyos trabajos no son apreciados por empresas que le consideran anticuado. El descubrimiento de que en su lugar de puesto están haciendo crueles experimentos con una extraña criatura anfibia de aspecto humanoide, despierta la sensibilidad de Elisa, que concebirá un plan para liberarlo. Lo que pasa por enfrentarse con Strickland, el responsable de las instalaciones, y verse inmersa en el clásico duelo de espionaje entre rusos y americanos.

El mexicano Guillermo del Toro entrega un cuento de hadas que se desarrolla en un contexto histórico bien preciso, esquema que ya utilizó exitosamente en El laberinto del fauno. Aquí la guerra fría reemplaza a la guerra civil española, en vez de un fauno tenemos al humanoide anfibio, y el sádico militar franquista que componía Sergi López encuentra un eficaz recambio en Michael Shannon, que combina la imagen falsamente idílica de padre de familia en un feliz hogar con la de un agente del gobierno cruel e implacable a la hora de cumplir con su deber. Aunque Del Toro no renuncia, por supuesto, a su fuerte personalidad temática y visual, firma el guión del film con Vanessa Taylor, conocida sobre todo en su faceta televisiva donde ha intervenido como productora y libretista en series como Alias, Everwood y Juego de tronos, y que quizá puede aportar un mejor conocimiento de la realidad sociológica estadounidense, elementos como el racismo o la consideración de la mujer.

La forma del agua es una película muy de Del Toro, lo que se percibe en su cuidado diseño de producción, en la concepción de la criatura, el laboratorio, la casa de Elisa situada en el mismo inmueble que una gran sala de cine, y en el exquisito gusto en la concepción de los planos, empezando por el fascinante arranque acuático. A la vez, su historia resulta deudora del universo de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, cierto toque surrealista retro con componente siniestro y la importancia del agua traen a la memoria títulos como Delicatessen y La ciudad de los niños perdidos, y el fuerte personaje femenino compuesto por Sally Hawkins hacen pensar en Audrey Tautou y Amelie. Por supuesto, también se puede pensar en las clásicas de películas de monstruos o en tramas del tipo la bella y la bestia, donde Doug Jones, habitual en el cine del mexicano, vuelve a hacer de anfibio tras su experiencia en la saga Hellboy.

El planteamiento lírico de algunos pasajes, la capital historia de amor y la camaradería representada por los personajes de Octavia Spencer –la amiga que todos querríamos tener–, Richard Jenkins –el vecino perfecto– y Michael Stuhlbarg –el inesperado aliado– cuentan con el respaldo de una estructura narrativa sólida. En cambio, pesan algunos trazos gruesos, los toques gore de los que Del Toro parece no poder prescindir –a diferencia de lo que hizo su colega Peter Jackson al abordar el universo de Tolkien–, y el componente erótico que podía haber sido más comedido, aunque se revista a veces de sensual lirismo. En esa relación que parece imposible entre humana y lo que sea, puede verse simbolizada, con calculada ambigüedad, una apuesta por el amor entre dos personas, por muy diferentes que sean, aunque al menos el director mexicano señala, algo groseramente, que estamos siendo testigos de una relación entre seres mujer y varón, lo que no deja de ser una audacia en los tiempos de ideología de género que corren.