Hace algunos días mientras navegaba por la red, encontré un documental fabuloso sobre la representación de la mujer en la televisión italiana. El título de dicho documental es “Il corpo delle donne” de Lorella Zanardo y Marco Malfi Chindemi, en el cual se analiza la imagen que desde la televisión se está dando y creando sobre las mujeres. Una imagen que homogeniza la diversidad femenina y que nos presenta como meros objetos decorativos al servicio y gusto de los presentadores y presentadoras, así como de los espectadores y espectadoras, ya que ese “modelo femenino”, que está definido desde parámetros masculinos, es completamente aceptado por las mujeres como el ideal al cual toda quiere llegar.

En este sentido, las mujeres que salen en las pantallas son: guapas, jóvenes, con unos cuerpos ideales, siempre sonrientes y con poco criterio y raciocinio. Era tal la indignación que sentí, al ver cómo el cuerpo de las mujeres era banalizado y cosificado, que me planteé analizar cómo es la imagen que desde la televisión de este país se proyecta sobre las mujeres. En un primer momento, partí de la noción que las mujeres no eran tan humilladas y tan maltratas como en la televisión italiana, quizás porque aquí existe un mayor compromiso y una mayor sensibilidad desde las instituciones con respecto al tema de género o quizás porque, en la televisión, los estereotipos y las adjetivaciones se presentan de forma soterrada.

Fue extraño contrastar que a diferencia del reportaje de Lorella donde la constante eran las mujeres guapas y eternamente jóvenes recurriendo para ello a la cirugía estética, en nuestras cadenas, las imágenes que de las mujeres se construyen depende del público al cual se esté dirigiendo. Así se puede encontrar el imaginario de las mujeres como cotillas, simples, gritonas y burdas (Sálvame, Ana Rosa, Mujeres y Hombres, Fama) como si estas actitudes les acercara más al “pueblo”, ya que no es necesario la utilización de un lenguaje muy elaborado para poder comunicar.

Por otro lado, encontramos la imagen de una mujer joven, guapa, que va de listilla (Tonterías las justas, Sé lo que hicisteis), ya que no es tan inteligente como su compañero de trabajo, que recurre a la broma fácil para poder o querer agradar al público y que además, se caracteriza por una actitud infantil y simple frente a las opiniones. Aparte de simples y burdas, somos rivales, no podemos vernos, ni sentirnos como compañeras porque “nuestra naturaleza” es la de estar compitiendo y afirmándonos como mejores que las demás. Es aterrador pensar en lo que estos modelos femeninos están haciendo en muchas mujeres, sobretodo niñas y adolescentes, ya que comunican unos valores y unos códigos que nos encasillan bajo parámetros de comportamiento que se alejan del compañerismo, de la amistad, del esfuerzo y de la capacidad crítica, puesto que constituyen moldes en los cuales tenemos que ir calzando sin tener presentes nuestras expectativas e ilusiones, así como tampoco, nuestras diferencias y pluralidades. Frente a este panorama tan distorsionado sobre cómo debemos ser las mujeres, quedan pocas opciones para aquellas que no se sientan identificadas con el imaginario oficial.

Entonces, ¿qué pasa con la noción de la televisión, como canal de comunicación y como herramienta transmisora de conocimientos? y si cumple esta labor, no debería, por consecuencia, ¿tener una función social? Si esto fuera así, la televisión tendría que cumplir esa labor que tiene como “cuarto poder”, es decir, poner al alcance del público la mayor calidad de información. Una información clara, objetiva y crítica, ya que queramos o no las imágenes televisas connotan mensajes, patrones y modelos que dan una idea sobre cómo hay que ser y actuar en la vida, construyendo imaginarios de las mujeres (y también de los hombres) que poco se adecuan a la realidad, presentándolas carentes de complejidad, vacías y simples.

A más de informar, la televisión tiene que educar, educar en valores. Aprovechar todo el potencial que tiene de poder llegar a donde quiera a través de las imágenes y por medio de las pantallas, para poner al alcance de todas las personas unos referentes que vayan más allá de la uniformidad (simples, burdas, vacías) y que nos permitan elaborar una mirada crítica para discernir los contenidos televisivos.

Como reflexión final me quedo con las palabras de Lorella “estas imágenes saltan fuera de la televisión y entran en nuestras casas, alimentan las fantasías, ocupan los ojos de nuestros hijos, invaden el mundo (…)”. Palabras que resumen el poder de una imagen en la configuración de las identidades.

Firma: Cristina Mondejar