Ficha:

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La princesa del póker

 

Debut en la dirección del creador de El ala oeste de la Casa Blanca, y guionista de títulos como La red social y Moneyball. Como en las dos películas citadas, Aaron Sorkin parte de hechos reales que le interesan para trazar la historia de un personaje complejo, Molly Bloom, que fue conocida como “la princesa del póker” por organizar partidas de cartas clandestinas con apuestas altas e invitados de postín, entre ellos conocidas estrellas de Hollywood como Tobey Maguire, Leonardo DiCaprio y Ben Affleck, aunque ninguno de los nombres de estas “celebrities” aparece citado tal cual en el film.

Curiosamente, la estructura del guión de Molly’s Game se asemeja bastante al de otro título reciente protagonizado por la misma actriz, Jessica Chastain, me refiero a El caso Sloane. Como en esa película, se combinan los trazos biográficos de Molly Bloom, desde su carrera truncada como esquiadora acrobática y la relación difícil con su padre, entrenador y psicólogo, hasta su ascenso organizando partidas de póker cuyas ganancias personales declara puntualmente al fisco, con la preparación de su defensa después de que el FBI irrumpa en su casa, le embargue su cuenta corriente, y le acuse de conspiración por la organización de esas timbas en que habrían participado miembros destacados de la mafia rusa. Desvalida, acudirá al abogado Charlie Jaffey, célebre por su integridad, para que la represente. En él encontrará una suerte de nueva figura paterna, no en balde lo primero que Molly descubre en Charlie es el cuidado con éste sigue la educación de su hija adolescente, recomendándole valiosas lecturas.

Se nota inmediatamente que un guionista está detrás de la película, Sorkin maneja un libreto de hierro, muy bien armado a partir de las memorias escritas por la propio Bloom, lo que evidentemente significa que ella queda bastante bien, a pesar de lo discutible de su profesión, que se explica por diversos condicionamientos familiares, y destaca la preocupación por sus clientes, cuando empiezan a excederse en sus apuestas, o su firme determinación de no proporcionar datos que puedan exponer su vida privada y destrozar a familias enteras. Hasta hay una especie de ética profesional que impide ligues con los clientes –se viste sexy, o se flirtea, pero ahí queda todo–, o entrar en turbios negocios de prostitución, o de connivencia con la mafia; y si hay abusos de sustancias o alcohol, se reconoce como lo que es, un error garrafal. Quizá en los tecnicismos de las partidas el neófito puede perderse, pero tampoco es de vital importancia.

La narración es ágil, los saltos entre hilos narrativos coherentes, el uso de la voz en off el justo. Hay drama intenso y un puntito de intriga. Y los personajes secundarios, como algunos de los jugadores, están cuidados, aunque a veces sea con unos pocos trazos. Además de que Jessica Chastain sabe apropiarse de su personaje, ofreciendo una gran interpretación, como alguien deseosa de tocar poder, conocedora de las reglas del juego donde se ha sumergido, pero a la que falta un afecto en su vida actual. Aunque las carencias familiares, o el trato con el abogado llenan un poco ciertas lagunas, resulta extraña la ausencia de una vida personal en Molly adulta digna de ese nombre, e incluso la aparición del padre en cierto momento resulta un tanto postiza.