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Periodismo, responsabilidad, Twitter

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Hay que ser inevitablemente reiterativo con este asunto de los periodistas y Twitter, soporte que a los de este oficio nos gusta más que a un tonto un lápiz. Perdonen la autocita al respecto, pero hace un par de años ya se apuntaba en esta columna: «A los periodistas nos gusta la red social Twitter por la concisión a que obliga su tope de 140 caracteres, que convierte los intercambios, las conversaciones y hasta los cruces de invectivas en algo muy rápido, muy instantáneo, muy actual».

Bueno, desde entonces el tope se ha doblado a 280 caracteres y parece que nos gusta todavía más: no era tanto la concisión como la posibilidad de difundir más ampliamente lo que publicamos en nuestros medios, o nuestras reacciones a otros periodistas, políticos e iluminados varios. Todo ello es lógico y lícito, y puede ser muy útil en las nuevas estrategias de los medios en internet por atraerse visitas y lectores. Pero la participación en Twitter debería entrañar para el periodista profesional unas cautelas, unas autolimitaciones más importantes que para un ingeniero, un agricultor o un cómico, cuyo oficio no está directamente relacionado con la comunicación de la verdad.

Sí, muchos periodistas advierten en Twitter que las opiniones vertidas son las suyas, aunque es muy difícil desligar mentalmente de su medio a quien escribe para EL MUNDO, ABC, El País o La Sexta. Pero sí, alguno llega incluso a discrepar a veces con su propia casa, y eso parece sano.

El problema sí que es importante cuando el periodista se lanza en una red social como es ésa a la insidia, la manipulación, la mentira o el mensaje de odio, haciendo lo mismo que tantísimos otros trolls hacen. Porque ahí está traicionando su profesión y la credibilidad de ésta, y más en momentos de tremenda distorsión y tensión de los mensajes en España. Que una periodista de un medio digital de izquierdas salga afirmando que los tuiteros de «Tabarnia» están soliviantados por la puesta en libertad de Puigdemont y se ponga a reclamar a Inés Arrimadas que envíe mensajes pacificadores supone una torticera manipulación, implicando a Ciudadanos en algo que le es ajeno. Muy feo.

Y luego está el caso de quienes rutinariamente ya manipulan habitualmente en su medio y lo repiten, agravado por la concisión del mensaje, en Twitter: que el siempre desahogado y mixtificador Jordi Évole afirmase el domingo que Felipe González, en una respuesta a Oriol Junqueras, había estado en total acuerdo con éste, cuando en realidad le había metido al político catalán un rapapolvo mayúsculo, recordándole que la democracia empieza por el respeto de las reglas, resulta de un descaro vergonzoso. Y eso es lo que acaba destiñendo sobre toda la profesión.