FICHA:

Creador: Mathew Weiner,

Intérpretes: Jon Hamm, Elisabeth Moss, Vincent Kartheiser, January Jones, Christina Hendricks, Bryan Balt, Michael Gladis

Duración: 7 temporadas de 13 capítulos de 45 minutos

Público adecuado: +18 años (X)

Cadena de emisión en España: Canal Plus Series (Inicio: 14 de abril)

Valoración: 4,5/5

 

Comienza la séptima y última temporada de la serie que ha marcado 

una de las cimas de la televisión actual

 

Mad Men recrea la vida de los “hombres locos de Madison Avenue” (juego de palabras del título de la serie) en los años 60. El idealismo de Kennedy, la muerte de Marilyn, las guerras de Corea y Vietnam, Martin Luther King, la revolución sexual, el feminismo … Todo ello conforma un telón de fondo en el que el sueño americano se muestra de una manera cruel y certera a través de las vida de una poderosa agencia de publicidad.

Como el buen vino o el tabaco de calidad, esta serie necesita ser degustada con pausa. No hay persecuciones, explosiones, ni siquiera finales en el momento de mayor suspense. Todo lo contrario, cada capítulo finaliza con una canción de la época en off y un personaje en silencio sentado en una escalera, mirando por la ventana o despierto en la madrugada intentando dar algo de significado a su acelerada, estresante y superficial vida.

Visualmente la serie es intachable con un uso del color que favorece los tonos llamativos de ellas y la elegancia enchaquetada de ellos, los muebles y espacios vacíos de sus grandes despachos… La cámara se mueve lentamente y permanece fija intentando desaparecer para que el espectador entre de lleno en la historia.

No es casualidad que en la serie se citan incontables referencias cinematográficas del cine clásico (El apartamento, Casablanca, La barrera invisible, Bette Davis, John Wayne, Audrey Hepburn). De hecho AMC era una cadena minoritaria dedicada al cine clásico hasta que decidió apostar por Mad Men, una decisión que le ha llevado a ser la principal competencia de la cadena norteamericana HBO (que por cierto no quiso comprar los derechos de la serie cuando Weiner les ofreció inicialmente el producto), con series como The Walking Dead, The Killing o Breaking Bad.

En Mad Men todo el mundo bebe y fuma como Bogart y Bacall en las películas del cine negro.  Es una manera de mostrar el vacío de unas vidas que necesitan alcohol en el alma y una burbuja de humo que les proteja de un mundo caníbal en el que lo único que importa es el éxito y el placer instantáneo. En este sentido el protagonista de la serie, Don Draper (magníficamente interpretado por Jon Hamm), es un personaje en el que su sonrisa, su aspecto inmaculado esconden un mundo lleno de dudas y demonios. Todos quieren ser como Don: un líder creativo, rico, casado con un clon de Grace Kelly (interpretada por la actriz January Jones), con una casa perfecta con jardín, 3 niños felices… Sin embargo, tanto en la vida de Don como en la del resto de los hombres y mujeres de Madison, la realidad es peor que el retrato de Dorian Gray. Esclavos de sus clientes, maniatados por su propia lujuria y creciente ambición, cada uno de los personajes queda brillantemente definidos con múltiples matices heredados no sólo del cine clásico sino también de la mejor narrativa norteamericana que va de Steinbeck a Chandler, pasando por Faulkner y Dos Passos hasta llegar a Raymond Carver.

Quizá el único inconveniente que se le puede atribuir a la serie es que su retrato de la sociedad de los publicista de los años 60 sea algo anacrónico. No acaba de resultar creíble la falta tan constante de moralidad: relaciones  múltiples, infidelidades permanentes, carencia casi absoluta de sentido religioso, permisividad de las drogas, aceptación de la homosexualidad como algo totalmente natural. Además en lo que refiere a la sexualidad la serie es demasiado recurrente, llegando a resultar algo redundante la insistencia en una misma idea: la animalización que provoca la trivialización de las relaciones íntimas que dejan de ser personales para convertirse en rutinarias y amargas decepciones.

Aún así la serie está muy medida y equilibrada para que el espectador pueda moverse libremente dentro de ella. Sin ser una crítica despiadada a las principales realidades sociológicas como el ascenso del feminismo, la llegada del divorcio y el aborto, la aparición de la clase media, etc., tampoco es una defensa a ultranza del american way of life. Más bien la serie deja al espectador que adopte una actitud crítica ante una sociedad tan aparentemente perfecta y esencialmente infeliz. Y lo hace con un discurso poliédrico, con unas frases que se quedan grabadas en la mente. “Tengo una vida y sólo avanza hacia una dirección… hacia delante”. “No ha pasado nada ¿vale? Te asombraría la cantidad de veces que no pasa nada?”. “He estado mirando toda mi vida, está ahí. Y no paro de rascar para conseguir meterme en él… pero no puedo”.

Todas estas virtudes quedan subrayadas por unas interpretaciones complejísimas ya que los personajes se pasan la mayor parte del tiempo fingiendo. Pero cuando estalla lo que llevan dentro cambian totalmente de registro interpretativo. Sucede como en el mejor cine oriental en el que después de haber definido la superficie de las cosas un personaje no puede contener el turbulento mundo interior que lleva silenciando demasiado tiempo. Son esos momentos los que hacen que la serie tenga un recorrido muy largo, una humanidad que hace atractivo a los personajes en su profunda vulnerabilidad y desesperado aunque inútil anhelo de felicidad.