Exuberante. Impecable. Deslumbrante. Son algunos de los adjetivos que en las últimas semanas han definido esta serie de Netflix. La ajedrez, la joven actriz protagonista que con sólo 24 años y 1´69 metros de altura se ha convertido en patrimonio de la Humanidad, la adicción a las pastillas desde la infancia… Todos queda relegado a la fascinante dirección artística que el creador de la serie, Scott Frank (Godless, Caminando entre tumbas) aprovecha en tomas de larga duración y travellings coreografiados minuciosamente.
Visualmente la serie está en el Olimpo de la televisión. La decoración y los vestuarios hacen que el espectador tenga mucho que mirar y admirar en cada plano. Sólo por eso ya merece la pena esta serie que sin embargo no tiene un guion que esté a la altura. Es verdad que Anya Taylor-Joy (Múltiple, Emma) es una actriz que posee un magnetismo tan incuestionable que sugiere con la interpretación lo que no logran expresar los diálogos. Pero aún así a Scott Frank le sigue pasando lo mismo que en su anterior serie, el laureado western Godless: el reparto y los escenarios lucen mucho más que el carácter de los personajes y el entramado narrativo.
Evidentemente la serie tiene la personalidad de no parecerse a ninguna serie o película sobre ajedrez (Buscando a Bobby Fischer, La defensa Luzhin, El caso Fischer). Que la protagonista sea una joven en un mundo de hombres adultos genera interés y situaciones sorprendentes, pero no son suficientes para superar un tono frío y distante entre los personajes. La contención de la protagonista es valiosa pero termina siendo excesiva hasta convertirla en un personaje con dosis considerables de anonimato.
Gambito de dama será sin duda una de las series más nominadas del año y ha logrado ser un éxito de audiencia muy superior a las expectativas.