Ryan Murphy tiene dos caras, y no ha elegido la mejor para hacer este retablo sobre el Hollywood dorado de los años 40. El director, productor y guionista más prolífico de la actualidad televisiva (en lo que llevamos de 2020 ya ha estrenado 6 series), había destacado en los últimos tiempos con dos ficciones maravillosas: Feud: Bette and Joan (el relato de la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crafword en ¿Qué fue de Baby Jane?), y American Crime Story: El pueblo contra O. J. Simpson. En estas dos miniseries, el Ryan Murphy barroco y extravagante de los inicios (Nip-Tuck, a golpe de bisturí, Glee) había logrado encauzar todo su talento con narraciones brillantes dotadas de orden, concierto y creatividad. Pero en Hollywood ha vuelto a caer en los mismos errores de la sobrevalorada y minoritaria American Horror Story.

A pesar de contar con un reparto muy logrado de actores de confianza del director: David Corenswet (The Politician), Darren Criss (Glee, American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace), Joa Mantello (The Normal Heart) o Dylan McDermott (American Horror Story), el guion ahoga a los intérpretes en una trama redundante demasiado centrada en los aspectos más babilónicos de la prostitución en el Hollywood de la época. Con un tono agresivo y soez en escenas y diálogos más cercanos a la pornografía que al erotismo, Ryan Murphy vuelve a mostrar su predilección por un humor salvaje de perversión en el que la homosexualidad ocupa un lugar prioritario (algo que ya le sucedió en las monotemáticas The New Normal y The Normal Heart). Ver al divertidísimo Jim Parsons (el inolvidable Sheldon en The Big Bang Theory) en un personaje que parece salido de una película del peor Almodóvar produce verdadero malestar.

El cine norteamericano siempre ha mimado su historia con incontables documentales y numerosas obras maestras del cine: El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952), La rosa púrpura del Cairo (Woody Allen, 1985). Hollywood se queda muy lejos de ese Olimpo, y acaba siendo un divertimento aburrido  y frívolo de muy poco recorrido. Con un presupuesto generoso que se nota en el diseño de producción y el reparto, la serie ni siquiera roza la sofisticación, el espíritu de innovación y la sutileza de aquellos años de inquietud mundial.

Firma: Claudio Sánchez