Creador: David Lynch Intérpretes: Kyle MacLachlan, Sheryl Lee, Michael Horse, Chrysta Bell Duración: 1 temporada de 18 capítulos de 55-60 minutos Emisión en España: Movistar Plus Público adecuado: + 18 años (XDV) Calificación: 5/10

                                                               

   

                                                                    La secta de David Lynch

Vivimos tiempos locos. Hace unos meses Netflix estrenó película en Cannes y David Lynch, adorado casi tanto como Almodóvar en ese certamen, también estrenó 25 después las tercera temporada de Twin Peaks (titulada Twin Peaks II, quizá por el descontento del director con la segunda temporada que no le convenció en absoluto). A principio de los 90 Twin Peaks marcó una época en la televisión. La inquietante música de Angelo Badalamenti, el peculiar detective, aquel siniestro pueblo lleno de gente extravagante y siniestra… Todo tenía un cierto encanto fascinante y perverso en sus primeros capítulos. Desgraciadamente la serie se alargó hasta la extenuación ante el éxito de audiencia. Dice el director de El hombre elefante y Terciopelo azul que no le gustó nada tener que desvelar el asesino de Laura Palmer. Que al contarlo la serie perdía el hechizo del suspense. Sólo con el trailer de promoción de esta 3ª temporada queda todo claro. David Lynch tomándose un donuts durante bastantes segundos es de lo más clarificador. Creo que a David Lynch lo que no le gusta es que se le entienda. Es un cineasta comprometido con la estética que diría un teórico repelente. En Twin Peaks II hay un reparto de lujo y una sucesión de escenas psicodélicas en que las interpretaciones más descabelladas pueden tener su significado. Un personaje puede salir volando, convertirse en un reloj gigante o explotar en mil pedazos con música atronadora o apacible, pero siempre extraña. Lo que más me gusta de la temporada es la canción alucinógena del final del segundo capítulo, acompañada de luces tan gélidas como el rostro de la vocalista. Y un par de escenas tenebrosas que tienen una cierta lógica interna: la aparición de la madre de Laura Palmer, el imprevisible interrogatorio. Lo demás se lo dejo a los semiólogos y devotos de la secta de David Lynch. Supongo que a directores como Darren Aronofsky (Noé, Madre!) o Nicolas Widn Refn (Drive, Solo Dios perdona) les habrá fascinado esta última temporada. A mí me agota tanto paranoia estilizada con el capricho visual poliédrico de este supuesto maestro del estilo postmoderno.

Claudio Sánchez