Frío y académico, como ‘Death Comes to Pemberley’. La adaptación televisiva de esta curiosa secuela de ‘Orgullo y Prejuicio’ (escrita por PD James, no por Jane Austen) es buena y correcta, casi diría que intachable. Pero en la tradición de muchas adaptaciones televisivas de clásicos (que no es el caso), también encorsetada y rígida. La miniserie es más o menos entretenida y, aunque sólo sea para disfrutar de su cuidadísima producción, vale la pena. También es cierto que la televisión britanica, sobre todo la BBC, nos ha acostumbrado bastante mal en este aspecto y que como espectadoresya no nos vale sólo con que sus series de época sean un prodigio de ambientación y rigor. Queremos un «algo más» que en ‘Death Comes to Pemberley’ sencillamente no está.

Elegante y accesible, como ‘The Great Train Robbery’. Lo mejor de esta miniserie de dos capítulos (y también de BBC) es que parece más compleja de lo que realmente es. De hecho podría decir que es bastante simplona. Pero lo disimula muy bien, entre (otra vez) una minuciosa labor de producción y un guión que va de A a B y de B a C, hasta llegar a Z, sin hacer demasiadas florituras (más bien ninguna). Sólo tiene un simpático curioso truco narrativo, relativo a su estructura como «doble película». Lo demás es de manual. La ya mítica historia sobre el robo del tren Londres-Glasgow y la posterior investigación policial puede seguirla cualquiera sin necesidad de estar tampoco muy atento. Y sin necesidad de creerse del todo a Luke Evans, ese Dominc West de pacotilla, como cerebro del robo. Mucho mejor Jim Broadbent, en el segundo episodio. Eso sí, los trajes (¡y qué trajes!) le quedan mejor a Evans.

Extravagante e irónico, como ‘Sherlock’. «Esta es una serie de mucho éxito y puede hacer lo que quiera». Lo decían en ‘Roseanne’ hace veinte años, pero podrían haberlo declarado los guionistas y productores de ‘Sherlock’ ayer mismo. Los dos años de espera entre la segunda y la tercera temporada de este superéxito de BBC no han mellado lo más mínimo el seguimiento de la serie, que arrasó el día de año nuevo con el primero de sus tres nuevos episodios (que se estrena en España esta noche, en TNT).

La espera, además de para que Benedict Cumberbach aprovechase para convertirse en la megaestrella que es ahora (¿se puede decir aquí «El Puto Amo»?), le sirve a la serie para tener un punto de partida autorreferencial y meta. Y, a partir de ahí, para hacer lo que le da la gana. ‘Sherlock’  es la series con más personalidad de la televisión actual, aunque a veces se pase un poco y se regodee en su propia extravagancia, tanto narrativa como visual, en exceso. Sin embargo, sus guiones jamás se caen y sus personajes (ese enorme Watson de Martin Freeman) nunca colapsan. Le pasamos hasta que utilice los casos del detective, otrora interesantísimos, como meras excusas para seguir abundando en la química pluscuamperfecta entre Sherlock y Watson. Muchas series han creído que podían hacer lo que les diese la gana, pero a muy pocas les ha salido bien la jugada. Y tan bien como a ‘Sherlock’, a ninguna.

 

Fuente: Alberto Rey (www.elmundo.es)