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De acuerdo, que ya estamos en pleno enero y parece que las navidades quedaron atrás hace mucho, mucho tiempo. Pero esta semana regresaba mi colaboración con Graffiti de Radio Euskadi y era inevitable hacer un repasito por la programación festiva que, como aventuramos en su momento, no ha sido demasiado original. Especiales de humor y  programas musicales para las noches de comilona, secundarios al frente de magazines,niños y bonismo, paralización de la emisión de las apuestas del prime time más asentadas y, sobre todo, cine.

El cine siempre ha sido una de las bazas en las navidades televisivas. Para ocupar el hueco de programas “habituales” que descansan. Porque sirva, además, para remarcar que estamos en una época del año diferente. Porque hay un pelotón de títulos centrados en las nochebuenas gringas, y la oferta de animación se multiplica de manera exponencial, dando por hecho el regocijo de los públicos familiares. Y porque cuando se trata de blockbusters recientes suele conseguir buenos resultados de audiencia. Un repaso de audiencias hecho casi al azar da fe de ello: aquí,aquí, aquí y aquí. Las cadenas anunciaron con profusión los títulos que iban a ofertar y el público no ha faltado. El cine garantiza minutos de emisión, evita el desgaste de la producción propia y esquiva la realización de espacios específicos, especiales o arriesgados.

El problema es que el cine en televisión no genera fidelidad para la cadena que lo emite ni alimenta su imagen de marca. A no ser que se ofrezca en ciclos específicos o se convierta en un acontecimiento televisivo, como magistralemente vistió Mediaset el estreno de Avatar, es difícil recordar si los piratas del Caribe los vimos en ETB, la casa voladora a base de globos de helio la emitieron en Antena 3 o las crónicas de Narnia vinieron de la mano de TVE1. Ustedes pueden pensar que, en términos de audiencia, esto es irrelevante porque los buenos datos de audiencia computan día a día, y no tanto a partir del recuerdo del espectador. Y que, por supuesto, a los anunciantes les da igual si usted recuerda la cadena. Lo que importa es que recuerde el nombre de la colonia.

Pero a medio plazo -y el cine no contribuye a esta labor- construir elementos que diferencien a las cadenas entre sí es una de las tareas fundamentales de los programadores. Porque no es lo mismo laSexta que Telecinco, ni La2 es percibida del mismo modo que Nitro. Son las personalidades de las cadenas las que las hacen reconocibles y diferentes entre sí, complementarias o redundantes. Lo que nos invita a incluirlas, o ni siquiera considerarlas, en nuestra dieta diaria. Esa que no se mide en calorías sino en minutos: en 2013, una media a nivel estatal de 244 minutos por persona y día. Cuatro horas y cuatro minutos. Casi nada. Aquí lo comentábamos en antena.

Fuente: Estefanía Jiménez (www.deia.com)