Por Ruth Gutiérrez

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Walt Disney sigue sacando oro de la mina de la fantasía, en este caso, junto al apoyo de Tim Burton como productor. Burton no ha dirigido la película y eso se nota: el aspecto visual es más pobre que en Alicia en el país de las maravillas (2010). También se ha disminuido la presencia de la obsesión de Burton por desarrollar esa imaginería suya que rebasa los límites de la inocencia para entrar en el terreno de lo siniestro. Con James Bobin al mando, la historia de Carroll se vuelve un divertimento infantil. Esta nueva entrada de Alicia en el mundo mágico se parece más a un viaje episódico lleno de paradas con pruebas, que ella supera satisfactoriamente que al encuentro de una joven con un mundo enigmático que ha vencido el principio de no contradicción. Por eso la pérdida literaria es evidente.

Para evitar las nostalgias que producen ciertas secuelas cinematográficas en la audiencia, esta nueva Alicia se ha mantenido fiel a los personajes principales. También, ha hecho lo propio con los actores. Johnny Depp sigue siendo el sombrero loco. Pero el argumento tejido entorno a su desgracia familiar parece más una excusa para explotar su filón como actor que una auténtica necesidad dramática de la historia. Puestos a tomar en serio al sombrero, habría sido interesante descubrir sin un flashback a medio hacer la razón de su locura. Por otro lado, en esta nueva onda de Disney por comprender las razones de porqué los malos se vuelven malos, parece un acierto descubrir de dónde le viene a Iracunda o “La reina de corazones” su ira y su maldad. En este punto, Elena Boham Carter borda de nuevo su papel. Y más allá de que los niños aprendan a señalar quien tuvo primero la culpa del delito, se les enseña a que las cosas no se cierran si no se pide perdón. Y ya está.

En el apartado del guión, llama la atención la obsesión por demostrar cómo la mujer ha de ser autónoma en un mundo de hombres. Podría afirmar que el esfuerzo por “generar” amazonas indómitas obedece a una cuestión ideológica más que natural: como en Brave, ni a Alicia ni a la reina Mirana, ni a otras tantas damas de la historia parecen faltarle la complementariedad masculina. Por lo que los hombres aparecen pintados de machistas, inútiles o serviles hasta límites insospechados. La liberación no deja de obsesionar culturalmente a muchas escritoras que, como Woolverton, apuestan por los relatos que ahondan en nuestras miserias (correcto) a costa de penalizar en exceso a muchos inocentes  (incorrecto).