Conocer los medios para usarlos con libertad

El torbellino es el mensaje

 

Por: MONTSE DOVAL AVENDAÑO (Aceprensa)

 

La comunicación efímera, más preocupada por impactar que por dejar huella, ha traído fenómenos como el “infotainment”, el ciclo de noticias de 24 horas, la posverdad o las continuas distracciones. Para salir de esta espiral vertiginosa, es preciso comprender su dinámica: solo así adquiriremos libertad para usar de forma consciente los actuales medios tecnológicos.

 

En La novia mecánica (1951), Marshall McLuhan recuerda un relato breve de Edgard Allan Poe –Un descenso al Mäelstrom– sobre un viejo marino que sobrevivió a un torbellino de las costas de Noruega. El marino era pescador y trabajaba con sus dos hermanos. Conocían muy bien la zona de la costa de Lofoden, de donde eran nativos, y donde se produce el mencionado remolino. Un día se desató un huracán cuando volvían de pescar e hizo imposible tomar las precauciones necesarias para no verse engullidos en el torbellino de agua que llegaba hasta el lecho del mar, succionando el barco en el que iban los tres hermanos.

 

Un hermano desaparece inmediatamente bajo las aguas, otro se ata al palo mayor y nuestro protagonista pasa por un extraño proceso, que McLuhan cita en La novia mecánica: “Debo de haber estado delirante, porque hasta encontraba distracción en calcular la velocidad relativa de su variado descenso hacia el espumante fondo”. Al observar el corazón del remolino que está a punto de engullirlo, se da cuenta de que los objetos cilíndricos se hunden más lentamente que los de otras formas y se ata a un barril. Intenta avisar a su hermano pero el estruendo de las aguas se lo impide. El barco, con su hermano, se estrella en el fondo marino y nuestro pescador sale a flote.

Impacta o perece

 

Ese torbellino es, para McLuhan, la metáfora del ambiente que se ha creado con la omnipresencia de los medios en nuestras vidas. Él hablaba de los medios impresos, la radio y la aún muy incipiente televisión, ¿qué pensaría hoy? El torbellino es el ciclo de noticias de 24 horas, los políticos demagogos disruptivos (“la disrupción es poder”, afirmó Steve Bannon, el estratega de la campaña de Trump), la palabrería vacía de estrellas de televisión, de los influyentes, de la sociedad publicitaria en combinación con la sociedad tecnológica.

 

La publicidad no es la sociedad publicitaria. La sociedad publicitaria se caracteriza por el eslogan de “impacta o perece”, es la que hace que la gente diga de sí misma que es una marca, es la que busca dar que hablar, es la que crea pseudoeventos para estar en el candelero, la que teme al silencio porque el silencio es muerte.

 

Flotar, no atarse al palo mayor para no ser succionado por la vorágine es una de las primeras conclusiones que deberíamos deducir. En el medioambiente en que todo es líquido, en donde la desconfianza y lo inestable son la norma, el palo mayor parece la única salvación pero en realidad nos arrastra al fondo.

 

Atarse al palo mayor es lo que hacen los medios cuando se ponen en el centro de la escena compitiendo en captar la atención efímera de la audiencia, cuando insisten en lo que no ha funcionado: competir en entretener.

Observar conscientemente el drama

 

Por una lectura superficial de sus escritos, se le atribuye a McLuhan fascinación por la tecnología y se olvida que si describe el torbellino no es para sumergirse en él sino para conseguir entenderlo y librarse de su poder. Cuando McLuhan describe las aulas sin paredes no es para aconsejarlas: está hablando de un medioambiente roto por el torbellino. Ni fascinado ni estupefacto. El estupor al que llegan algunos ante la tecnología es el presagio de una muerte segura, es atarse al palo mayor. La fascinación es el nuevo opio del pueblo, la sociedad tecnológica: los hogares con más ingresos pasan menos tiempo en la Red que los hogares más pobres.

 

Creo que no me equivoco si digo que McLuhan prefería la cultura escrita, pero estar en un torbellino hace un poco absurdo protestar sobre lo bien que estábamos cuando no estábamos en el torbellino. Ya ha pasado, está pasando. ¿Qué queda pues como opción? Conocer tan bien el torbellino que, siguiendo sus propias leyes, no seamos engullidos por él.

 

Cuando McLuhan se incorporó a su primer trabajo como profesor universitario, con 26 años, notó tal distancia cultural con sus alumnos que empezó a interesarse por la publicidad. De sus estudios, concluye lo siguiente: “Nuestra era es la primera en la que miles de las mentes individuales mejor entrenadas han convertido en un negocio a tiempo completo entrar en la mente pública colectiva. (…) El efecto de muchos anuncios y entretenimientos es mantener a todos en un estado de vulnerabilidad, mediante una rutina mental prolongada”.

 

“Puesto que muchas mentes se ocupan de producir esta condición de indefensión en el público, (…) ¿por qué no ayudar al público a observar conscientemente el drama que se intenta operar inconscientemente sobre él?”.

 

Comparen la cita anterior de McLuhan –insisto, 1951– con ésta de Jeffrey Hammerbacher, que puso en marcha la ingeniería de datos de Facebook y que se fue de la empresa con estas palabras: “Las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo conseguir que hagas clic en un anuncio. Y eso apesta”. Lo dijo en 2011.

Cómo escapar del torbellino

 

No creo que haya una receta para todos pero creo que ayudaría a salir del remolino todo lo que nos hiciera capaces de observar ambientes y situaciones como un todo, para poder detectar patrones y relaciones y con cierto despego intelectual hacia lo que observamos (se suele llamar espíritu crítico) sin fideísmo. Me temo que el sistema educativo no va en esa dirección sino en la de la parcelación, la ausencia de contexto y la nula atención a lo que era el trivium, las artes liberales, tan valorado por McLuhan.

 

El trivium constaba de estudios sobre gramática, dialéctica y retórica. En su sentido amplio y especialmente en su relación con la dialéctica y la retórica, la gramática es el arte de interpretar no sólo palabras sino todos los fenómenos: es la ciencia de la exégesis y la interpretación, tal como explica Terrence Gordon en su introducción a la edición de la tesis doctoral de McLuhan, The classical trivium: The place of Thomas Nashe in the learning of his time. Es, por lo tanto, también una de las ciencias de la comunicación ya que sin interpretación, sin ser capaz de desentrañar el significado, la expresión se convierte en una voz solitaria que nunca alcanzará su misión: ser comprendida.

 

McLuhan creía que un error de la Modernidad –que ha llegado, añado, al paroxismo en nuestro siglo– era el desprecio de la gramática y la retórica y la exaltación de la dialéctica. La gramática y la retórica nos ligan a la existencia, mientras que la dialéctica busca o estudia pruebas de evidencia para una discusión: es diálogo o lógica en su mejor versión, pero normalmente se desequilibra a favor de la polémica en perjuicio de la gramática, de la comprensión, de la interpretación de lo que la realidad nos dice, de lo que los otros nos dicen.

Polarizados por la polémica

 

Las televisiones hacen muy poco esfuerzo por entender qué dicen los políticos, qué soluciones diferentes hay a los problemas importantes, no los impactantes. Si ése es el criterio de lo televisivo –lo simple, lo impactante, lo emocionante y fácil de entender– no nos puede extrañar el deslizamiento hacia lo irracional y carente de matices de la opinión pública. Bastante estamos resistiendo contra la irracionalidad masiva. No se procura entender y por tanto se traslada a la audiencia una realidad en blanco y negro, con sólo dos bandos y con percusión intensa en lo emocional.

 

El aprecio por los matices, esa apertura para comprender es lo que se llama cultura, amplitud de mente. Y es esencial para interpretar a los demás e incluso a uno mismo. La cultura es una mediación silenciosa y esa mediación es imprescindible para entenderse. En nuestra sociedad fragmentaria, sin canon cultural, esa mediación es muy débil, casi inexistente porque se consumen contenidos efímeros polarizados por la dialéctica, por la polémica, sin hallar un terreno común de entendimiento, de gramática.

 

Si enorme es la responsabilidad de los medios, también es enorme la responsabilidad de padres y profesores que no inclinan a la lectura a niños y jóvenes. Enorme, porque les están privando de una experiencia que difícilmente acometerán de mayores. Es una irresponsabilidad similar a la de quienes dan sólo chucherías a sus hijos o sólo bollería industrial. Es imprescindible la lectura para adquirir conocimiento, es un engaño fraudulento entretener con vídeos e imágenes en vez de transmitir contenidos serios, a no ser que no nos importe en absoluto que esas personas sean manipulables, conducidas, manejadas por otros.

 

Para estar en onda, para entender e interpretar hay que tener una cultura común. Esto es lo que se ha roto en pedazos: no hay unos contenidos canónicos que se hayan consumido en general, no hay un terreno común, una educación que dé una cultura general. Tampoco hay una información de interés público que ponga las bases de un debate sobre hechos comprobados sino que cada uno recibe una versión diversa de los hechos. Rompiendo la cultura común se han creado guetos de individuos incapaces de entenderse unos a otros.

El colapso del contexto

 

A la falta de contexto cultural se añade otra carencia provocada por la tecnología. Hay algo que los académicos llaman el “colapso del contexto” y tiene que ver con cualquier tipo de comunicación mediada: lo que en la comunicación cara a cara podemos manejar porque conocemos el contexto, se desploma en las pantallas porque ese contexto desaparece y tratamos de la misma manera a la familia, los amigos, los conocidos o las personas más lejanas de nuestro núcleo personal.

 

Grupo de WhatsApp de padres/madres de colegio. Algunas personas se expresan como si estuvieran tomando café con sus íntimos, pero no están con sus amigos. Revelan sus pensamientos, opiniones, envían una información, una foto, un vídeo como si aquello fuera a quedar en un reducido núcleo íntimo.

 

Quien lo envía no sabe en qué contexto lo reciben los destinatarios. No podemos modular, como hacemos en el cara a cara, qué dosis de información proporcionamos a nuestros interlocutores, en qué momento y lugar, porque la recepción es en otras coordenados espacio-temporales. No es extraño que se produzcan tantos malentendidos con los móviles y la mensajería, con las redes sociales en general. El contexto y la riqueza de la comunicación son mucho más profundos en una conversación presencial, algo que perdemos en las comunicaciones mediadas.

Conocer la playa

 

El ecosistema mediático, las redes sociales y la tecnología de la personalización (el servilismo de la tecnología) fortalecen nuestro sesgo, nos dan la razón, nos evitan la confrontación y el conflicto interno. Por eso, aunque la mentira y el error nos han acompañado en la historia, la era de la posverdad ha llegado a su cumbre: Narciso está rodeado de espejos y de cámaras de eco que replican su mejor imagen y hacen resonar sus palabras. ¿Encontrará la puerta de salida? ¿La quiere encontrar?

 

Para encontrar la puerta de salida es esencial saber que existe una. Hay padres que piensan que para educar a sus hijos para el mundo automatizado y robotizado que prevén, han de ponerlos a escribir código informático desde preescolar. No es una exageración, ocurre. Sin embargo, las aptitudes necesarias para un hipotético mundo de robots son la empatía, la colaboración y la capacidad de solucionar problemas (cfr. The New York Times, 31-07-2017), porque lo que interesa es saber lo que ninguna máquina podrá saber jamás: cómo comprender a otro ser humano.

 

Los niños y jóvenes que viven en un torbellino tecnológico no necesitan aún más agua, sino un contraambiente al que puedan volver porque lo han conocido. Precisamente porque la tecnología es inevitable, conviene evitarla en algunos medioambientes, para que las personas podamos valorar cuándo, cómo y por qué queremos utilizar la tecnología o no.

 

Es decir, para ser consciente de que vivo en los medios he de apartarme de ellos de vez en cuando para poder percibirlos. Si no, los medios serán como el océano para el pez, un medioambiente invisible, no percibido, no elegido sino impuesto por la costumbre.

 

El torbellino gira a nuestro alrededor, igual que esta industria de la felicidad que se ha creado con nuestros datos. Nos sofoca en el entretenimiento. Ya tiene un nombre: capitalismo afectivo. El primer requisito para querer salir de él, para buscar la salida es saber que existe una playa, un lugar en donde lo líquido termina y se puede descansar y reflexionar. Conocer la playa es saber que hay algo mejor que lo instantáneo, lo efímero, lo líquido.

Silicon Valley pone límites

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Interpretar es desentrañar el sentido de algo y requiere, en primer lugar, apertura hacia la realidad y hacia los demás: atención. “Mi responsabilidad como profesor de música consiste precisamente en que mis alumnos escuchen, entre otros, a los clásicos, estén más lejos o más cerca de ‘sus intereses’ (o precisamente por estar más lejos). La escucha atenta es, como Pedro Salinas dijo de la lectura atenta, ‘un arte’. Y requiere tiempo, silencio y cierta disposición interior, actitudes que inexcusablemente tenemos que reivindicar”, afirma Alberto Royo, profesor de música y autor de libros sobre educación.

 

Antes comentábamos que los hogares pobres pasan más tiempo en la Red que los ricos. De hecho, los directivos de Silicon Valley no quiere educar a sus hijos conectados sino sin pantallas y sin conexión a Internet: Steve Jobs no dejaba a sus hijos utilizar el iPad; Chris Anderson, ex director de Wired, obligaba a sus hijos a límites estrictos de uso de pantallas en casa “porque conocemos de primera mano los peligros de la tecnología”; Evan Williams, fundador de Blogger y Medium y cofundador de Twitter nunca ha dejado a sus hijos usar un iPad; y Bill Gates no permite a sus hijos usar móvil hasta los 14 años. Si nos enteráramos de que el presidente de Nestlé no deja que sus hijos tomen Nesquick nos mosquearía, ¿no?

 

En las escuelas Waldorf y Montessori de Silicon Valley (la matrícula cuesta entre 15.000 y 22.000 dólares anuales), los alumnos y profesores utilizan lápiz y papel, pizarras. No usan pantallas en clase y las desaconsejan en casa.

 

En Waldorf dicen que los ordenadores inhiben el pensamiento creativo, la interacción humana y la atención. “La educación, dicen, es una experiencia humana. La tecnología es una distracción cuando necesitamos lectura, números y pensamiento crítico”.

Llegar a la playa

 

Ante el asalto de la atención, uno puede sufrir los efectos o puede decidir los efectos de ese asalto. Las estrategias personales deberían ayudarnos a fortalecer la libertad para usar o no usar la tecnología, para usarla como un medio, para no hacer un uso ritual, inconsciente sino decidido.

 

Junto a dos compañeras de Universidad, he realizado un experimento con 180 alumnos, la mayoría de 18 años pidiéndoles que renunciaran al uso del móvil y el resto de pantallas individuales durante 24 horas. Al estar ellos sin móvil se percatan de la adicción de los demás (adultos incluidos) e incluso se sienten ignorados en las conversaciones porque las otras personas están conversando sobre lo que ven en sus pantallas. También se dan cuenta de que recurren a la tecnología cuando se sienten solos.

 

Nuestros jóvenes –como tantos adultos– no eran conscientes de que vivían en los medios tecnológicos hasta que decidieron salir de ellos durante un día. Afortunadamente, todos se hicieron más conscientes de cómo cambia la vida sin una pantalla mediando constantemente. Ser consciente es esencial para ser libre.

 

Y la mayoría se dio cuenta de que en la playa también se puede respirar. Algunos incluso planean pasar más tiempo fuera del agua. Le han cogido gusto a la conversación cara a cara y a deambular por la calle sin saber exactamente dónde están o a preguntar una dirección a un extraño con el que se cruzan.

 

Me gustaría que las personas que lean esto piensen si no podrían dejar el móvil de lado, ponerlo en “no molestar”, desactivar los datos o lo que consideren más eficaz cuando están intentando hacer algo: leer, estudiar, hablar con alguien, asistir a un espectáculo o un servicio religioso. No tenemos mensajes ni llamadas urgentes todo el rato.

 

Usar la tecnología es una gran ventaja, es un bien, es muy útil, es una herramienta que no hay que despreciar pero hay datos que indican que su uso, la mayor parte de las veces, es ritual, inconsciente. En vez de un uso intencional y utilitario (para un fin) hay dependencia de la herramienta. Se atribuye a Mark Twain esta frase: “aquel que lleva un martillo en la mano, en todas partes ve clavos”. Es una observación aguda sobre la tecnología, sobre los medios: extienden nuestras capacidades pero a veces nos estrechan la percepción y vemos la realidad exclusivamente a través de sus ojos.

 

Montse Doval Avendaño es periodista y profesora en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo. Este artículo, reproducido por gentileza de la autora, adapta un capítulo de su nuevo libro Comunicación efímera: De la cultura de la huella a la cultura del impacto.