El cocinero de los últimos deseos (2017)

El sabor del cariño

Mitsuru Sasaki es un maestro de la cocina, un chef con un maravilloso don, le basta probar cualquier plato para reproducirlo y prepararlo tal cual. Egocéntrico y solitario, era propietario de un restaurante, pero se arruinó por su carácter exigente, no admitía en la cocina ningún plato que no alcanzara la perfección. Ahora debe pagar su deuda cobrando cantidades exorbitantes a moribundos millonarios que quieren probar una última vez el plato exquisito que les hizo felices antaño, antes de dejar este mundo. Tan centrado está en sí mismo Mitsuru, que ni siquiera asiste a las honras fúnebres de quien fuera su padre adoptivo, algo que le reprocha su mejor amigo, a quien no hace ningún caso. En esta tesitura recibe la llamada de un misterioso hombre muy adinerado, el chef más famoso de China, que le pide que dé con el paradero de las recetas del legendario banquete del emperador que preparó en la Manchuria de los años 30 el gran chef Naotaro Yamagata, está dispuesto a pagarle generosamente. En su intrigante investigación irá ahondando en la personalidad de Yamagata, en el que empieza a verse reflejado como en un espejo.

Aunque director de una dilatada filmografía, casi una cincuentena de títulos, sólo tres películas de Yojiro Takita se han difundido en España, La espada del samuráiDespedidas y, ahora, El cocinero de los últimos deseos. El cineasta nipón vuelve a demostrar una gran sensibilidad y un humanismo fuera de lo común a la hora de adaptar una novela de Keiichi Tanaka. Sabe retratar bien el riesgo del profesional que se sabe un “primer espada” en su especialidad, pero que en vez de convertirla en un modo de servir a los demás y canalizar su amor, la transforma en elemento que le encastilla y aísla de los demás, hasta volverle insoportable y cínico. Con estas ideas, un punto de intriga y el poder redentor del amor, articula una emocionante trama que envuelve e interesa, no cansan las dos largas horas de metraje.

Además, el telón de fondo histórico de los flash-backs, que nos llevan a la Manchuria de 1933 ocupada por los japoneses y al auge del comunismo chino, y los deliciosos platos que preparan Yamagata y Mitsuru, mostrados de modo exquisito, no se limitan a ser elementos ornamentales, sino que están integrados de modo orgánico en la trama, son determinantes del modo en que van transcurriendo sus vidas y en que se forjan sus personalidades. Lo mismo cabe decir de la familia que forma Yamagata, y del cariño que le profesa su esposa, el modo en que le ayuda a documentar sus platos con fotografías, o la ilusión por la hija que va a nacer. El film incide también en la libertad de los personajes, que no están marcados por un destino inexorable que les lleva a ser como son, sino que toman sus propias decisiones, de las que son responsables, lo que se advierte no sólo en los cocineros, sino también en los dos ayudantes de Yamagata.