(Corto animado) ¿Qué relación tiene la pornografía y la violencia doméstica?
¿Existe alguna relación entre la violencia y un vicio? ¿Entre la ira y una esclavitud interior? Me impactó este video que te muestro a continuación. Te pido que te tomes cinco minutos para verlo detalladamente y poder comprender la reflexión que quiero compartir.
Hazte las siguientes preguntas
¿Lo viste? ¿Qué te llamó la atención? Qué fuerte, ¿no? Te confieso que a mi me impacta cada vez que lo veo. Me surgen sentimientos de temor, tristeza, melancolía, ira y nostalgia, por la alegría perdida y la falta de calidez en el hogar. Pena por haber perdido tanto a costa de tan poco. Y sí, también esperanza.
Te resumo lo que te compartiré más adelante: ¿qué veo en este hombre? En el fondo, odio a sí mismo. No es capaz de amarse, de perdonarse, de ser paciente con su dificultad, con su vicio. Esto lo hace egoísta, autorreferente. Su vicio, la bebida o la TV, según se muestra en el video, lo tienen atado y esclavizado.
Al mismo tiempo me preguntaba: ¿él fue siempre así? No lo sé. ¿Surge de un día para otro este tipo de violencia? No lo creo, ¿de dónde proviene la ira de este hombre? Son preguntas que me hacía a medida que veía el video y que seguramente tu también te hacías.
¿Qué tiene que ver esto con la pornografía?
Si bien hay muchas cosas que se pueden analizar, me atrevo a hacer algunas reflexiones en torno a la violencia y su relación con la pornografía. ¿Qué?, ¿la pornografía?, me preguntarás. ¿Cómo entra la pornografía en toda esta escena? Te cuento: la pornografía en la actualidad genera en la persona que la consume, una búsqueda incesante de novedad, de pretender todo ya, todo ahora. Y al mismo tiempo, rápido aburrimiento ante lo que no llama la atención y por lo tanto, la acción de querer quitarlo de la vista porque resulta molesto.
Esto genera un «hábito o costumbre», que consiste en querer tener todo al instante. Cuando uno se acostumbra a obtener estímulos a «un click», todo lo que no sea inmediato puede generar ira, fastidio, enfado, enojo y demás sentimientos de hastío.
Todo en la pornografía es perfecto. Todas las escenas están calculadas. Pero la vida real no es así. Por eso, ante un error propio o ajeno, se generan interiormente sentimientos y conductas relacionadas con la ira, la bronca, la impaciencia. Cuando estoy solo con la pornografía, nadie me molesta. Es «mi tiempo», «mi espacio», «mi gusto», «mis ritmos».
¿Qué pasa cuando enfrentamos la vida real?
Cuando uno sale a la vida real, donde se comparte el tiempo, el espacio y los gustos con otros, es natural (lamentablemente) que ante algo que «no me guste» surja la impaciencia, la ira, la violencia. ¿Por qué? Sencillamente porque me «mal acostumbré».
Me he hecho egoísta sin darme cuenta. Con este vicio de la pornografía, uno empieza a preocuparse en cómo obtener más placer, más gozo, y de manera cada vez más rápida y satisfactoria. Cuando aparecen, en la vida real, situaciones difíciles y contradictorias, donde se pone a prueba la paciencia, la misericordia y en el fondo, el amor, surge la incomodidad, la rebeldía, la frustración y el enojo. Sencillamente no puedo. No puedo y no quiero. Y en mi interior empieza a aumentar la «temperatura» como un volcán a punto de hacer erupción.
La pornografía va haciendo aparecer en el interior de la persona el monstruo de la intolerancia, el monstruo de la impaciencia y la violencia, de la ira y la bronca. Esto muchas veces es incomprendido por la persona que lo está padeciendo. Se siente ansiosa, le falta la paz interior y empieza a ser menos capaz de dominarse y conocerse.
¿Qué sucede ante una situación incomoda?
Ante una situación incómoda, como vemos en el video (le derraman el café, el hijo pinta sobre la mesa o lo molesta mientras mira TV), lo único que sabe hacer es explotar. Sí, explota. Es un estallido de violencia tremendo, horrible, infernal. Cuando se da cuenta hasta «dónde fue capaz de llegar», no puedo creerlo. Nadie puede creerlo. Ni él mismo después de haber golpeado a su hijo, ni su esposa al contemplar a un ser desconocido, ni el niño, el cual, no entiende que el problema no es él, sino su papá que, sencillamente, no puede controlarse.
Y se entra así en un circulo vicioso. La culpa. La persona, al no poder vencer sus fantasmas interiores ni poder dominarse, se frustra, se impacienta consigo misma, se castiga y castiga a los que tiene a su alrededor. Pueden surgir pensamientos como «no soy digno, no tengo remedio ni perdón».
¿Por qué se le hace tan difícil amar a los demás?
Porque no es capaz de amarse a sí mismo. Se odia. Con todo su corazón. Odia su conducta, odia su manera de pensar, odia su cárcel. Su condena es no poder salir del circulo «placer-odio», «gozo-violencia». Cuanta más pornografía consume, más se desvincula afectivamente de él y de los suyos. Se produce así la «metamorfosis» del hombre adicto.
Cuanta más pornografía consume, se siente más atrapado, es menos dueño de su corazón, menos dueño de sí mismo, y pierde el control. La pornografía lo ha comprado a un bajísimo precio.
Luego de este duro panorama, te preguntarás y me preguntarás: ¿Esto termina acá? No, tranquilo. ¿Hay esperanzas? ¡Sí! ¿Hay salida? ¡Sí! El primer paso es reconocer con humildad la dificultad. El segundo paso, pedir ayuda. Primero a Dios. Luego, trata de hablarlo con un conocido. También será importante la ayuda de un profesional que sepa del tema y te pueda guiar. El acompañamiento deberá ser integral, a nivel psicológico y espiritual. Como me gusta decir siempre: «No estás solo. No estás sola».
Artículo elaborado por Matías Conocchiari.