Hace mucho tiempo, en el reino de fantasía de Kumandra, los seres humanos y los dragones convivían en armonía…

  • Crítica por Juan Luis Sánchez | Decine21

El ataque de los druun

Siglos atrás, los dragones vivían en armonía con los humanos en el mundo de Kumandra, un paraíso que se fue al traste cuando la maldad de los segundos desató la aparición de los druun, bolas de energía de color amatista que convierten a quienes entran en contacto con ellas en estatuas. Un dragón solitario, Sisu, salvó a la humanidad, pero eso no pudo evitar que los supervivientes se dividieran en cinco tribus. Medio siglo después, la joven Raya, hija del jefe de Corazón, uno de esos clanes, custodia la Gema del Dragón, objeto ancestral que asegura mágicamente la paz. Cuando Namari, de un grupo rival, trata de robársela, la piedra se rompe, causando el retorno de los druun, y que uno de estos petrifique al progenitor de Raya. Puesto que todo se está convirtiendo en un lugar desolado, la muchacha se embarca en un largo viaje en busca de Sisu, que puede ayudar a que los humanos se unan para volver a destruir a los monstruos.

 

 

A Hollywood le interesa mucho el dinero que puede aportar Oriente, sobre todo el gigantesco mercado chino, por lo que en los últimos tiempos muchas de sus producciones familiares están protagonizadas por héroes de esas latitudes y recogen sus tradiciones, como Más allá de la Luna, de Netflix, y la versión en imagen real de Mulán, de Disney. La compañía creadora de Mickey Mouse reincide con un film de amplio presupuesto que trascurre en una realidad similar a la Edad Media del sudeste asiático (las localizaciones están inspiradas en Camboya, Indonesia y otros países), con numerosos elementos fantásticos. Don Hall, que ya tiene experiencia en heroínas de localizaciones exóticas al estar detrás de Vaiana –con una historia similar a la de ésta, pero en Polinesia–, codirige la cinta con el mexicano Carlos López Estrada, en su primera incursión animada tras Blindspotting y Summertime.

Visualmente apabullante, tienen potencia la secuencia de la persecución y las que transcurren en el desierto, la ciudad comercial iluminada con linternas, o el brumoso bosque. Se le ha sacado partido a la iconografía oriental, con animación digital bastante creativa y algunos pasajes narrados con dibujos tradicionales. Se ha optado por un diseño de personajes más realista de lo habitual en el estudio. Está muy cuidada la protagonista, Raya, que va creciendo, pues la trama se desarrolla a lo largo de unos años, aunque como es habitual en el cine de Disney, se le ha colocado al lado a uno de esos secundarios que al final roban las escenas, en este caso el expresivo dragón azul Sisu.

Sin canciones, salvo la que acompaña a los títulos de crédito finales, el film tiene un tono menos infantil que el de productos como Frozen. El reino del hielo, todo indica que aportado por López Estrada, procedente del cine adulto, y por los guionistas, Adele Lim (Crazy Rich Asians) y el vietnamita-estadounidense Qui Nguyen, procedente de series televisivas. Se enmarca dentro del esfuerzo de Walt Disney por ceñirse a la era del #MeToo, para que se olvide a sus princesas del pasado necesitadas de un héroe masculino, por lo que aquí su protagonista guerrera reparte leña, y no busca el amor –el film no tiene subtrama romántica–. Al mensaje integrador y feminista se une, como no podía ser de otra manera, el toque ecologista, con una crítica al ser humano como desestabilizador de la naturaleza. El mensaje se completa con algunas píldoras sobre la autoconfianza y la importancia del trabajo en equipo.

Quizás tarda un poco en arrancar, por la sobredosis de datos innecesarios sobre el mundo de Kumandra, y a veces la estructura recuerda a un videojuego en el que haya que pasar pantallas, venciendo a distintos enemigos, una y otra vez. Esto la aleja de los mejores títulos de la compañía, pero no la despoja por completo de interés.