La vida es bella (1997)
El amor en tiempos de horror
Año 1939. La Toscana, Italia. Guido es un hombre inocente y feliz, con alma de poeta. Le gustaría abrir una tienda de libros, pero ha de ganarse la vida como camarero. Un día conoce a Dora, la guapa maestra de un pueblo. Se enamora sin remedio de la «princesa», y comienza a cortejarla; su principal rival es un dirigente del partido fascista.
Unos años más tarde, ya casados, tienen un niño. Pero un día se presentan unos soldados, y se llevan a Guido y a su hijo a un campo de concentración. Dora les sigue por amor. Una vez allí, Guido hace todos los esfuerzos que puede imaginar para que su chaval crea que se encuentran en un «campamento de verano», y que están participando en un divertido juego; el motivo, preservar la inocencia del crío de cinco años, y evitarle los previsibles traumas del horror nazi.
Deliciosa. Encantadora. Todos los adjetivos resultan pobres para definir esta tierna fábula de Roberto Benigni. El director y actor italiano, que hasta la fecha presentaba en su haber comedias más o menos discretas como Johnny Palillo, El monstruo o El hijo de la Pantera Rosa, logra lo que parecía increíble: un delicado equilibrio para mostrar el horror y la tragedia del holocausto nazi, unido a un fino sentido del humor y a la ternura. A nadie se le escapa que hacer bromas sobre los campos de exterminio no es una tarea sencilla: enseguida se pueden herir sensibilidades o caer en lo grotesco. Benigni, en cambio, consigue tocar los corazones de los espectadores de todo el planeta con esta bella fábula. El film nos recuerda que, aun en las situaciones más terribles, es posible encontrar la belleza, a través del amor por los que tenemos al lado. La tradición del cine de Charles Chaplin se respira en La vida es bella; no hay que olvidar que el genial Chaplin también se tomó a chacota a Hitler en El gran dictador, y que mostró a un chaval encantador en El chico.