
MARTA PEÑALVER
“Hola, ¿está María? Soy Pablo, el coordinador de su grupo de la parroquia”. “No está, María no para en casa”. “¡Vaya! he intentado llamarla al móvil, pero no contesta”. “¿Al móvil? Imposible, no lo va a coger. María sólo se comunica a través de Instagram”. Aunque parezca un relato exagerado, esta anécdota es real y se da en muchos hogares donde hay adolescentes. Y es que una de las consecuencias más evidentes del uso abusivo de los móviles y de las redes sociales es el aislamiento social y el rechazo al contacto personal.
Vida a través de las redes
Según explica Patricia Castaño, psicóloga y profesora de la Universidad Francisco de Vitoria, “para muchos jóvenes el teléfono es su vía de comunicación principal, por delante de las relaciones personales”. Sin embargo, lo que encuentran a través de las pantallas son relaciones superficiales y vacías. “Las redes son una ventana a un mundo completamente sesgado, superficial y epidémico donde no van a profundizar en nada esencial, -verdadero o bello”. Además, “las redes hacen que los jóvenes no aprendan a expresarse adecuadamente porque la instantaneidad le resta reflexión y profundidad al mensaje: no conocen el vocabulario, las expresiones y los conceptos. Y escriben mal, con abreviaturas que tienen tan interiorizados que hasta usan en los exámenes. Además, utilizan unas pocas palabras para todo, con lo cual tienen un léxico muy pobre”. No podemos dudar de que el mundo online ha traído mejoras en muchos aspectos, pero en el aspecto de las relaciones interpersonales han supuesto un retraso porque crean una barrera absoluta a la hora de desarrollar la faceta relacional de cualquier persona. En este sentido Castaño asegura que “la mensajería instantánea es lo peor que existe para el encuentro entre dos personas”.
Otra consecuencia muy extendida es que esta es una generación incapaz de aguantar el silencio. “Si no les contestan en el momento, se ponen nerviosos. No contestar atenta directamente contra el amor y la relación personal que tienen entre ellos”. Esto los vuelve impacientes, irreflexivos e incapaces de tolerar la espera en cualquier situación.
La mensajería instantánea puede ser diametralmente opuesta al encuentro entre dos personas
Expresión emocional
Este aislamiento y esta comunicación interpersonal tan pobre también limita la capacidad de expresar sentimientos. Muchos están tan acostumbrados a los emoticonos que no saben poner en palabras lo que sienten. Hay quien los tilda de analfabetos emocionales, pero según Castaño “expresar emociones nunca ha sido fácil y a esta generación no se les da ningún tipo de espacio para practicarlo”. “El joven está bien hecho y en cuanto te sientas con él y le orientas para saber identificar sus emociones, es mucho más auténtico que generaciones anteriores”, asegura.
Esta falta de contacto personal genera angustias vitales y ansiedad, porque el hombre está hecho para encontrarse con el otro de una manera plena, no por un WhatsApp donde no hay ni una mirada, ni una caricia, ni un gesto de acogida. Por otro lado, los grupos estables donde el hombre desarrolla esa dimensión comunitaria también se han reducido. Cada vez el hombre es más solitario y autónomo. Sin embargo, Castaño es optimista porque “nuestro corazón está hecho para la relación con el otro. Eso sí, nos toca a los educadores, a los formadores y a los padres hacerles esta propuesta a los jóvenes”. Porque es muy fácil dejar a un niño enchufado a una pantalla en la comida para que no haga ruido, o darle un móvil a los 12 años, pero no es lo bueno.
Desafíos
Los padres y los educadores estamos ante un reto nuevo, el de los móviles, pero -siempre ha habido situaciones desafiantes que, generación tras generación, hemos ido superando. “Los errores que mis abuelos cometieron, mis padres los enmendaron, pero claro, cometieron otros. Llegamos nosotros, los padres de ahora, e intentamos enmendar esos, y seguro que hemos cometido otros, pero nuestros hijos ya empiezan a decir, ‘sin móviles, por favor’”.
Y es que en la naturaleza del hombre y especialmente de los jóvenes está sellado ese deseo bien marcado a fuego. “Cuando en momentos determinados como terapias o retiros se les quita el móvil, muchos a la hora de recuperarlo me han dicho: ‘No lo quiero, con lo bien que he estado sin él…’.” Esto sucede porque aprenden algo tan valioso que enseguida despierta el corazón del hombre.
No estamos hechos para el encuentro por WhatsApp donde no hay miradas ni gestos de acogida
“Nos toca recuperar experiencias que antes se hacían de manera natural y socialmente estaban más a mano. Una experiencia de valor de todas las dimensiones de la persona incluye necesariamente el contacto con el otro”, explica Castaño. Y asegura que es optimista porque ve que “entre los jóvenes están resurgiendo propuestas de valor como misiones, voluntariados, experiencias en la naturaleza, de contacto con el otro… Hay que saber orientarlos, porque cuando lo hacemos responden con unas capacidades innatas increíbles”.
Las corrientes ideológicas que quieren acabar con la familia están atacando a quienes tendrán que formarlas en el futuro: los jóvenes. “Pero el hombre está hecho para el amor y los jóvenes no son tontos, no quieren quedarse con las migajas, quieren la plenitud”.
¡Alerta, padres!
Cuando llega un joven a consulta que ha traspasado todos los límites porque ha pegado a su madre por quitarle el móvil hay que fijarse, no tanto en ese momento, si no en los seis meses anteriores, porque un adicto no lo es de la noche a la mañana, va poco a poco. La psicóloga Patricia Castaño advierte de que existen señales de alerta: “Un joven que no quiere salir de casa, que no tiene un desarrollo normalizado en deporte, que no se cuida, que no tiene una higiene adecuada, que no tiene una relación normal con su familia o amigos, que ha pegado un bajón en los estudios, que no tiene una buena higiene del sueño… Todas son señales de alarma que pueden indicar algo más”. Por eso, los padres deben saber qué hacen sus hijos en su tiempo libre, con quién salen y cuáles son sus gustos. Y si se encuentran con un muro deben hablar con sus profesores, con sus entrenadores o con quienes mejor lo conozcan y, si es necesario, pedir ayuda a un profesional. “Educar es estar al tanto de todos los aspectos del desarrollo de un hijo”. Y, por supuesto, formarse. Hoy en día hay escuelas de padres, libros, blogs, expertos que divulgan en redes sociales… “Los padres tienen más medios de formación que nunca y deben valerse de ellos porque sus hijos hoy tienen acceso más fácil a todo lo que les hace daño: pornografía, inmediatez, redes sociales como Instagram o TikTok con mensajes muy dañinos sobre la imagen corporal, sobre las relaciones personales, sobre el éxito, sobre el dinero…”