
Un nuevo mundo (2021)
Un sistema perverso
Primer plano de la película. Una pared cubierta de fotos de la familia Lemesle, el matrimonio con dos hijos, distintas etapas de su vida en común, hasta una en que están los cuatro, la hija mayor con birrete de graduación. Saltamos a un despacho. Philippe y Anne Lemesle, con sus respectivos abogados, están pactando las condiciones de su divorcio, resulta meridianamente claro que acumulan un importante patrimonio. ¿Pero quieren de verdad hacerlo? ¿Cómo han llegado hasta ahí? Pasamos a una de las fábricas de una multinacional, de la que Philippe es máximo responsable. La responsable del grupo en Francia, siguiendo instrucciones desde la sede central de Estados Unidos, exige una reestructuración y despidos, los resultados del último período, positivos, no son excusa, la competencia es feroz y hay que proceder. La presión sobre todos los directivos es terrible, y no es fácil ir de cara con la verdad a los trabajadores.
La película está muy bien escrita, con diálogos creíbles en las distintas negociaciones, y donde la verdad y la mentira pueden hacerse intercambiables, el miedo asoma, el no comprometerse es una tentación demasiado fuerte. Hay además opciones estéticas muy inteligentes, como los planos muy cerrados, la abundancia de interiores, la fotografía de colores fríos, o el simbolismo de las marionetas. Todos los actores lo hacen muy bien, incluso los más secundarios, casi todos bastante desconocidos. Pero conviene destacar al gran Vincent Lindon como el progenitor y empresario que puede estar tocando fondo, la esposa hecha un lío Sandrine Kiberlain, y el hijo que acaba encendiendo todas las alarmas de la familia Lemesle, Anthony Bajon.