Million Dollar Baby (2004)
Contra las cuerdas
Con 74 años, Clint Eastwood sigue en plena forma creativa. Sin dormirse siquiera un momento en los laureles de su anterior film, el aplaudido Mystic River, vuelve a entregar otro que ha acaparado siete nominaciones a los Oscar, de los que ha materializado cuatro, película, director, actriz principal y actor de reparto. Y no sólo dirige con mano firme y ritmo sobresaliente su mejor título desde Sin perdón, sino que entrega una magnífica interpretación.
El guión de Paul Haggis toma elementos de los relatos de boxeo de F.X. Toole, reunidos en el libro Rope Burns. Stories from the Corner. Principalmente del que da título a la película, pero también de otro llamado Agua helada (allí aparece Scrap, el personaje del narrador, y el enclenque pero voluntarioso boxeador llamado Peligro). Y aunque ambientada en ambientes pugilísticos, estamos sobre todo ante la historia de un tipo, Frankie Dunn, un entrenador de boxeo que por razones innombradas ha perdido el amor de su hija. La llegada a su gimnasio de Maggie Fitzgerald, una joven terca y decidida, que sueña con triunfar en el ring, le ofrece la oportunidad de poner en marcha una suerte de amor paterno. Cuando este amor reencontrado se halla en peligro, Frankie se ve en una disyuntiva moral que le puede hundir en el más profundo de los abismos.
La película fluye con enorme naturalidad. La voz en off del personaje de Morgan Freeman, un completo acierto, se justifica del todo en el desenlace, con una función semejante a la que tenía en Cadena perpetua. La armonía es total entre las imágenes de entrenamientos y combates, y los diálogos y silencios necesarios para ahondar en los puntos fuertes y en las heridas profundas de los personajes. Uno de ellos, el torpe púgil Peligro, ofrece el necesario y casi único contrapunto cómico de esta amarga película, aunque tenga también un deje de patetismo. La soledad de Maggie (estupenda Hilary Swank) queda de manifiesto cuando conocemos a su familia, lo que refrenda la percepción de que en Frankie ha encontrado un padre.
Eterno fatalista, Eastwood insiste en la idea de que, con harta frecuencia, los mejores planes acaban torciéndose. Pero hay que reconocerle que no hace trampas con el espectador. Cuando uno de los personajes expresa su deseo de morir, el director juega con todas las cartas sobre la mesa. No estamos, ni mucho menos, ante un eco de Mar adentro, tampoco en el ponderado retrato de un sacerdote católico que tiene calado a su feligrés, y que sabe que su gran ‘tema’ es su hija y no ciertas disquisiciones teológicas de las que le gusta charlar. El final de la película de Eastwood atrapa casi a la letra, pero con imágenes, las últimas palabras del relato de Toole: “Con sus zapatos en la mano, pero sin su alma, [Frankie] bajó en silencio la escalera de atrás y se marchó, con los ojos tan secos como una hoja agostada.”