Black Box (2021)

Una cuestión de oído

Cuando un avión se estrella en los Alpes, en la alta Saboya, con más de trescientas personas a bordo, la BEA (Oficina de Investigación y Análisis para la Seguridad de la Aviación Civil) entra en ebullición y empieza a indagar sobre los hechos. Mathieu Vasseur es un joven y brillante analista que asumirá el mando de la investigación tras la ausencia de su jefe. Especializado en acústica, Mathieu es un experto en la escucha de las cajas negras y se dedicará al caso en cuerpo y alma. Y pronto detectará algunas anomalías que harán avanzar su investigación.

Pero Black Box (es totalmente incomprensible que no se haya traducido el título por “Caja negra”) presenta sobre todo a un soberbio personaje principal, un rey de la función que atrapa. Mathieu es un hombre concienzudo y perfeccionista en su trabajo, un cerebrito propenso a obsesionarse en la búsqueda de anomalías en las grabaciones, lo que le lleva, quizá de modo arbitrario, a crear conjeturas y explicaciones a veces conspirativas que son mal vistas por sus jefes. Por supuesto es un trabajador muy competente, eso nadie lo duda, pero con él los límites entre lo que se oye y lo que se cree oír podría desdibujarse. El guión escrito por Nicolas Bouvet-Levrard y el propio Gozlan aprovecha de modo magistral esta faceta del protagonista, de modo que se transmite eficazmente al espectador la ambigüedad sobre su estado mental, sobre si los traumas, la ansiedad y la obsesión han convertido a Mathieu en un hombre fuera de sus cabales.

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