Utoya. 22 de julio (2018)
La isla del terror
El noruego Erik Poppe, conocido por la excelente La decisión del rey, vuelve a reconstruir un suceso real acontecido en su país, esta vez más cercano en el tiempo, el sangriento atentado que tuvo lugar en verano de 2011, cuando como se recordará un asesino de masas, autodeclarado enemigo de la sociedad multicultural, hizo detonar bombas en Oslo, en el entorno de las oficinas del primer ministro, y después acudió al campamento de las juventudes de su partido, en la isla de Utoya, a pocos kilómetros de la capital. Tras abrir fuego contra los chavales del lugar, dejó un macabro saldo de 77 muertos y más de un centenar de heridos.
El triste suceso ya dio lugar a 22 de julio (2018), rodada por el británico Paul Greengrass para Netflix. Pero Poppe construye un largometraje distinto, que renuncia a buscar la motivación del psicópata y a contar lo que ocurrió en el juicio, simplemente muestra el atentado en tiempo real, desde la perspectiva de lo que debieron sentir las víctimas. En concreto se siguen los pasos de Kaja, una chica ficticia, aunque basada en las personas que realmente estuvieron allí. Tras hablar por el móvil con su madre, que le habla de las explosiones acontecidas en la capital, ella le explica que no se siente en peligro, todo a su alrededor parece seguro. Sin embargo, tras discutir con Emilie, su hermana, que ha tomado su jersey sin preguntar, y hacer planes con un chico al que ha conocido en la zona, Kaja escucha lo que parecen disparos, y observa una multitud de muchachos que corre en busca de refugio…
Estamos ante una visita al infierno, similar a una película de terror, en la que se rememora la angustia que debieron sufrir quienes estuvieron allí, con detalles escalofriantes, como que no se sabe qué está ocurriendo, que se confía en que llegará pronto la policía, pero esta parece retrasarse indefinidamente, o la reducida extensión de Utoya, lo que limita bastante los sitios para esconderse. Apenas se vislumbra al atacante de lejos, lo que le quita por completo humanidad. Abundan las secuencias intensas, como el encuentro con la chica herida que quiere hablar con su progenitora.
Recuerda a los filmes cercanos al docudrama sobre tragedias reales del propio Greengrass, sobre todo a United 93 y Bloody Sunday, y también a Elephant, donde Gus Van Sant mostraba la matanza del instituto de Columbine. Todo está filmado en un plano secuencia de 93 minutos de duración, sin aparentes cortes, lo que exige una enorme precisión técnica, y una buena coordinación de los actores. La jovencísima Andrea Berntzen (que tiene cierto parecido con Jennifer Lawrence, y también su talento) ofrece un extraordinario trabajo, ya que aguanta la totalidad del metraje en pantalla, a menudo en solitario.
Pero independientemente de esto, Ben Affleck logra entregar una historia desasosegante, que procura huir de lo convencional, y que depara alguna que otra sorpresa. Una de las cuestiones planteadas son los dilemas morales a que se enfrenta el protagonista, de formación católica, algo que se introduce desde el principio con una cita evangélica, la de los enviados como ovejas en medio de lobos: en efecto, en el desenlace, Patrick debe optar por lo que le dicta su conciencia o por una solución acomodaticia y pragmática; y su decisión final le deja un regusto amargo.