Una buena persona (2023)

Una vida descompuesta

Allison y Nathan están muy enamorados y se van a casar. Concertada la boda, Allison se va con su futura cuñada y su marido a ver vestidos de novia, pero tendrá lugar un fatal accidente de tráfico. Allison sobrevive pero sus dos acompañantes mueren. Un año después la vida de Allison es un infierno. Cortó con su novio tras el accidente y vive enganchada a las pastillas. Carece de asideros para salir adelante, no tiene trabajo ni relaciones y es incapaz de reconducir su vida, de salir de su situación y de aceptar que tiene un serio problema de drogadicción.

Asistimos así al agujero negro en que se ha convertido la vida de Allison, quien no puede prescindir de la oxicodona que atonta su cabeza y le ayuda a evadirse de de sus recuerdos, de su profundo trauma. Braff sabe mostrar ese estado con contundencia, pero sin forzar situaciones excesivamente desagradables o extremas, de modo que resulta verosímil y natural la relación que se establece entre ella y Daniel, el padre del ex novio y de su hermana fallecida en el accidente, un hombre mayor, también herido emocionalmente. La trama muestra a la vez las dificultades de una adolescente para superar la ausencia de sus padres, y cómo los asideros éticos pueden desvanecerse y llevar su vida por derroteros muy peligrosos. Además de hablar de la incapacidad del ser humano de controlar los acontecimientos (magnífica la metáfora de la maqueta de Daniel como miniatura de ese mundo ideal que todos anhelamos), el director de New Jersey logra transmitir también una idea importante, la de que no todo está perdido si siempre se intenta de nuevo salir del pozo, por mucho que seamos vencidos una y otra vez por situaciones autodestructivas. En este sentido funciona la escena del rescate nocturno en la fiesta, clímax dramático en que las cartas de todos los personajes quedan boca arriba.

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