Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra (2003)

Viento en popa, a toda vela

Con una historia ficticia en torno a la maldición aludida en el título, el productor Jerry Bruckheimer ha conseguido romper otra que presuntamente ocurre en la vida real. Por desgracia para los amantes del cine clásico, ninguna película de piratas ha sido rentable desde hace décadas, incluidas algunas que habrían merecido una mejor acogida por parte del público, especialmente la ingeniosa y desmitificadora Piratas, de Roman Polanski. Significativo fue el fracaso de La isla de las cabezas cortadas, que con todos sus defectos, era un digno espectáculo que tendría que haber obtenido una mayor recaudación. Al contrario, estos nuevos filibusteros se han hecho al abordaje con las arcas de las taquillas de cine este verano, y presumiblemente obtendrán un buen botín en su desembarco en vídeo.

A partir de un guión que se inspira fielmente en una famosa atracción de Disneylandia California (que también se puede ver en Disneyworld en París), Gore Verbinski (Un ratoncito duro de roerThe Mexican) demuestra finalmente que puede ser un magnífico artesano si cuenta con los ingredientes adecuados. Con ritmo trepidante y mucho sentido del humor, recupera con elegancia (aunque sin pretender meterse en grandes profundidades) los grandes temas de la novela de aventuras, presentes en la obra de Dumas, Stevenson o London, como la lealtad, el amor, el honor, la amistad, y la sinceridad. El tono es similar al de aquellas viejas películas toleradas para todos los públicos, lo que se ve reforzado por sutiles homenajes a escogidos clásicos del género, especialmente El capitán BloodEl halcón y la flecha y El temible burlón. A través de una ambientación irreal, el director integra con mucho talento los elementos fantásticos de la trama, con ingeniosos diálogos y grandes coreografías de batallas.

También se merecen un sobresaliente los encargados de escoger al reparto. Memorables resultan Geoffrey Rush en el papel de villano, pero también el joven Orlando Bloom, que demuestra que no será recordado únicamente como Legolas, en El Señor de los Anillos, y Keira Knightley, la chica británica en Quiero ser como Beckham. Pero se lleva la palma Johnny Depp, que no suele participar en grandes superproducciones de aventuras, y que realiza una exagerada pero divertida interpretación que recuerda a sus trabajos con Tim Burton. Su Jack Sparrow es un pirata enloquecido, con apariencia de borracho, o bien de un tipo que ha pasado demasiado tiempo embarcado. A pesar de su condición de bucanero, Sparrow no miente, por muchos problemas que esto pueda ocasionarle. Cuando los guardias del puerto le preguntan quién es, confiesa sin ningún pudor que es un pirata y que ha llegado allí para robar un barco. Como se puede imaginar, no suelen creerle, aunque diga la verdad como un boy scout. Los espectadores atentos descubrirán que Sparrow siempre dice lo que tiene en la cabeza, incluso si el malo le pregunta cuáles son sus planes para derrotarle.