Cuatro estrenaba la semana pasada ‘Hijos de papá’, un programa que propone un planteamiento singular: una recua de jóvenes criados entre algodones y con manifiesta tendencia a la vagancia cambia súbitamente de vida, tendrán que trabajar para ganarse el pan y no recibirá nada más que lo que ellos mismos ganen. Cuatro es la única cadena que se dedica a estas cosas con constancia: ‘Supernanny’, ‘Hermano mayor’, etc. En general, y aunque siempre quepa discutir los criterios de los ‘profesores’, el resultado es estimable y el espectador aprende cosas útiles. Lo que se propone ‘Hijos de papá’ es que una panda de vagos malcriados conozca la dureza de la vida. En eso no se distingue demasiado de otros programas que ya hemos visto. La diferencia estriba en que ‘Hijos de papá’ no se contenta con hacer que los vagos lo pasen mal, sino que además les enseña a sacar consecuencias positivas de la experiencia: amar el trabajo, amar el esfuerzo, descubrir que donde uno da realmente la medida de sí no es en la molicie, sino en el sacrificio y el reto cotidiano. Esto ya es propiamente heroico en los tiempos que corren y bastaría para darle a ‘Hijos de papá’ alguna medalla oficial. Uno de los grandes desastres de la sociedad española contemporánea es precisamente ese desprecio hacia el esfuerzo. De las generaciones de los años 50 y 60, esforzadas hasta la épica, hemos pasado a estas otras promociones que han crecido en la convicción de que tener iPod es uno de los derechos humanos. De eso tienen la culpa tanto un sistema de enseñanza escandalosamente blando -mucho más que lo que se estila por ahí- como unos padres de familia demasiado preocupados por evitar traumas a los niños, como si la vida pudiera ser otra cosa que un trauma diario. Ahora empezamos a recoger velas o, para ser más precisos, a orientarlas hacia otra dirección, y de ahí sólo pueden salir beneficios individuales y colectivos. Por si acaso, ‘Hijos de papá’ ha incorporado al programa a un psicólogo, no sea que el trauma llegue demasiado lejos. En todo caso, la apuesta merece elogio.

Fuente: JOSÉ JAVIER ESPARZA (El Diario Vasco, 27.02.11)