La respuesta corta es sí. La larga, es que quizá sea poco sensato.
A lo largo de la historia han surgido innovaciones y cambios que han asustado al ser humano. No sabemos cómo sería la reacción de un pueblo al ver llegar por primera vez un automóvil moderno, por ejemplo, mientras la mayoría de personas seguía desplazándose mediante el uso de animales. Este miedo frente al cambio es normal, sobre todo con respecto a las pantallas, en nuestro caso. El miedo es un mecanismo que nos permite estar en preaviso y que nos lleva a estar alerta para poder reaccionar del modo más adecuado frente a una novedad. Pero el miedo es un mal punto de partida para tomar decisiones estables o a medio plazo.
Estamos viviendo una transformación social tan rápida que incluso podemos indagar ya en datos sobre el impacto de las pantallas en nuestras vidas. Entre otros muchos estudios, puedes consultar nuestros últimos informes sobre “El impacto de las pantallas en la vida familiar” para ver algunos hechos relevantes.
La dificultad a la hora de educar como padres y madres a nuestros hijos es que no tenemos clara una hoja de ruta. Si educásemos igual a dos hijos, probablemente no acabarían siendo la misma persona, porque además de las enseñanzas o del acompañamiento que podamos ofrecerles, en la educación entran en juego otros factores que escapan a nuestro control (sus propias decisiones, carácter, contexto, etc.) Y quizá este sea el punto principal a la hora de educar: tenemos que aceptar que nuestros hijos son libres y que la educación debe de contar con esa libertad para que tenga un valor lo más amplio posible.
En la pregunta sobre la necesidad de educar con o sin pantallas hay una premisa que es importante pensar: ¿es posible que nuestros hijos vivan completamente alejados de las pantallas cuando sean maduros y tengan una vida separada del núcleo familiar? Parece claro que la respuesta es no. En este sentido, la educación digital pasa a ser un pilar importante, especialmente en un mundo que cada vez muestra más señales de los problemas que puede generar un uso incorrecto de la tecnología.
Cuando intentamos apartar a nuestros hijos de las pantallas sin ofrecerles explicaciones y un contexto claro, puede que estemos consiguiendo el resultado opuesto al que buscamos. Establecer una relación sana con la tecnología pasa por dar ejemplo como adultos, explicarles los riesgos y oportunidades que ofrece internet como herramienta y explicarles también los cambios que observamos en el mundo y que pueden afectarles de modo negativo o positivo.
Es normal que, al ver casos dolorosos relacionados con el uso incorrecto de las nuevas tecnologías, pensemos que nuestros hijos deben de alejarse de ese riesgo. Seguramente tengamos que aplicar medidas de desintoxicación o establecer límites más marcados en muchos momentos de la adolescencia. Estas medidas también forman parte de la educación pero no son las únicas herramientas. Mantener conversaciones con confianza y acompañar a nuestros hijos en sus preguntas hará que puedan acudir a nosotros frente a cualquier necesidad.
A partir de aquí, sí es importante plantearse cuál es la madurez de los hijos para pensar en cuándo darles su primera pantalla propia, o establecer reglas de uso claras para toda la familia, además de crear un contexto en el que nuestros hijos encuentren comunicación y respuestas por nuestra parte.
Aunque a veces nos apetezca apartarnos de todo y huir de la vorágine, es importante que ayudemos a nuestros hijos a pisar el suelo y a descubrir la realidad que les ha tocado vivir. También en el contexto digital.