Una madre escribe compulsivamente en WhatsApp a dos pulgares llamando a declararse en rebeldía contra las cinco hojas de deberes de matemáticas. Otra maldice al profesorado, pregunta si alguna sabe cómo se zurcen dos alas de pastorcillo y le contesta a la primera con el emoticono de un aplauso. Una tercera propone recoger firmas para que pongan una asignatura extraescolar de Kumon, añade que Lorena no irá de virgen este año y envía una carita triste. Una cuarta dice que el tutor maltrata a los niños, que en su casa quieren empezar a estudiar para el examen de Cono y que si alguien le podría enviar una foto con las páginas del tema siete. Vemos dos flamenquitas bailando. No intenten saber por qué. Y al final hay una quinta que llama a la Yihad de las madres (“ay k ablar con el director”) poniendo 10 iconos seguidos con el rostro de un demonio furioso. Te vas al baño, te lavas las manos, vas a la nevera, coges un refresco, regresas al móvil, enciendes la pantalla y ahí están: 342 mensajes del Grupo de 3ºC sin leer. De todos los deportes olímpicos que se practican en España, el hablar mal de los otros cuando no están delante es el que más aficionados tiene. En manada. Soltando espumarajos por la boca. Como si en vez de un grupo de madres fueran una mara salvadoreña. Mucho hablar de las leyes educativas, mucho hablar de los profesores, mucho hablar de su mal ejemplo, y luego nosotros somos la némesis de la ejemplaridad: un doberman más en la jauría digital, la viva imagen de un yonki de las redes sociales, un padre enchufado al aparato y desenchufado del niño, una madre sólo de pantalla adentro. –¿Qué me estabas diciendo, hijo? –Ya nada… Buenos días, mamaphone. (…) “Gracias a las nuevas tecnologías, me informo al segundo y lo olvido al instante”, proclamó El Roto en una viñeta premonitoria. No. Lo primero que hacemos nada más despertar no es ir al hijo y darle un beso o una colleja. El 75% afirma que lo primero que hace nada más levantarse y lo último que hace antes de acostarse es mirar el móvil. Te vas al baño, te lavas las manos, vas a la nevera, coges un refresco, regresas al móvil, enciendes la pantalla y ahí está. Un mensaje: “El hijo ha abandonado el grupo”.