Una película madura y brillante, sembrada de emoción y violentamente honesta que, en ningún caso, debe pasar desapercibida. El cine nos llama. Acudan en masa.
Sólo Kenneth Brannagh podía revivir con tanta emoción y ternura los recuerdos de un niño entre barricadas. Los disturbios callejeros, la caza de católicos en barrios protestantes, los saqueos de comercios son para Buddy aventuras cotidianas que nada tienen que ver con sus sueños de westerns.

El protagonista es un pequeño Brannagh que se hace gigante fotograma a fotograma, línea tras línea de un guión formidable en el que no interfieren ni la política ni la historia del problema del Ulster. Es un relato de familia, de padres e hijos, de abuelos, de vecinos, de personas profundamente imperfectas que luchan con honestidad para asegurar el futuro de la siguiente generación.

No habla de seguridad material, sino de seguridad moral, de preservar la integridad y el sentido del bien en medio del caos. A lo largo del metraje, cada uno de los personajes tiene su momento para mostrar con sencillez quién es y qué aporta a la educación de un hombre en construcción como Buddy. Todos importan.

Los actores, irlandeses de cepa, encarnan con precisión, fuerza y encanto la alegría, le preocupación y el amor que pueblan los días de esta familia que se debate entre resistir y permanecer en el mundo que conocen o marcharse.

Una producción rodada en blanco y negro, con escasas explosiones de color, que es toda belleza, como esa mirada infantil, prácticamente desprovista de prejuicios, que convierte todo lo que mira en algo inspirador. Lo que tiene Brannagh.

Firma: Anna Puigarnau