A+Ghost+Story

por José María Aresté

decine21.com

 

In the mood for lost

 

Podría hacer un buen programa doble con Madre!, pues A Ghost Story es un meritorio ejercicio de virtuosismo, pero a la vez puede verse como una película tremendamente presuntuosa e irritante. Con lo cual es de esas películas que invita o a la alabanza desmesurada o a la injusta detracción. En mi caso, y no es un ejercicio táctico puramente contemporizador, me quedo en la equidistancia. Reconozco el valor del film entregado por David Lowery, director y guionista, que ya probó ser un realizador sensible en En un lugar sin ley.

 

Con apenas diálogos, los justos, seguimos a una pareja, él y ella, que habitan una casa en el campo. Se quieren tiernamente, sin aspavientos, a la vez que existe, como en la vida de cualquiera, rutina y discusiones, y anhelo de felicidad. Algo pasa y él muere. Ella está triste, pero la vida sigue. No sigue en el caso de él, que sin embargo está ahí, como un fantasma, que no puede dejar la casa, y es testigo de cómo se va ella, y otros habitantes pasan por ahí, mientras la casa va entrando poco a poco en un estado de abandono y decadencia.

 

Hay unas cuantas audacias formales en esta película, como el formato cuadrado de pantalla, 4/3 con las esquinas redondeadas, o el mostrar al fantasma como alguien «de andar por casa», con la clásica sábana con dos agujeros en los ojos de toda la vida, que a los ojos de cualquier forofo del terror puede despertar sentimientos tiernos por su aire ingenuo, pero que sin duda no se corresponde con los niveles de sofisticación que permiten el actual estado de los efectos especiales, con el abuso de la parafernalia digital que tanto se lleva. Además, hay riesgo en el sostenimiento de algunos planos con la cámara clavada en el suelo, mientras aparentemente no pasa nada, ese cadáver tapado por una sábana, o ella tomando compulsivamente una tarta de manzana.

 

A pesar de que hay dos actores presuntamente protagonistas, Rooney Mara y Casey Affleck, el tiempo en pantalla de la primera es limitado, y sobre el segundo se podrían hacer apuestas acerca de si él es todo el tiempo quien está debajo de la fantasmal sábana. Hay otros personajes, una familia hispana, y aquel que hace toda una reflexión filosófica existencia a cuento de si Beethoven creía o no en Dios cuando compuso la novena sinfonía, y lo que sería su obra si tenía al Supremo Hacedor en la cabeza cuando la creaba.

 

El caso es que el conjunto, a partir de cierto momento algo críptico y abierto a las interpretaciones, tiene ciertas cualidades hipnóticas fascinantes, se crea una atmósfera muy peculiar, que tiene una curiosa manifestación en unos pocos diálogos sin palabras pronunciadas entre el fantasma y el singular «vecino» de enfrente, o en un viaje al pasado que tal vez quiere señalar que la propuesta es válida para ayer, hoy y siempre.