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El ladrón de libros

 

El oso Paddington encuentra el regalo ideal para su tía, a punto de cumplir cien años, un antiguo libro desplegable. Pero mientras desempeña todo tipo de trabajos de cara a reunir el dinero necesario para comprarlo, un ladrón entra en la tienda de antigüedades para apropiarse de él.

Una de esas excepciones en las que la secuela supera al original. Ya aquél, que adaptaba las peripecias del personaje de los cuentos de Michael Bond, sorprendía con su retrato de Londres a través de los ojos de un oso parlante y filántropo llegado de Latinoamérica, con buenas dosis de humor inglés. Pero aquí se eleva todavía más el listón, con inteligentes hallazgos que se suceden a un ritmo trepidante.

La clave está en que reivindica la sencillez, propone una mirada a un pasado nostálgico ideal mostrando trenes y todo tipo de objetos del ayer, y aboga porque siempre se puede sacar el lado positivo de cada ser humano. De hecho su humor, pensado para el público de todas las edades, tiene la típica ironía británica, pero está tratado con un gran sentido del equilibrio, ataca a actitudes y comportamientos inadecuados pero no al humano en sí, que siempre puede regenerarse, incluso en el caso de brutales criminales.

Repite como realizador Paul King, centrado sobre todo en series televisivas hasta que abordó esta saga, que demuestra que ha aprendido muy bien de los mejores. Sus imágenes remiten a Charles Chaplin (la hilarante secuencia de la barbería), a la animación clásica (la limpieza de cristales) e incluso a Woody Allen y su Misterioso asesinato en Manhattan, de donde bebe la esposa investigadora y el marido escéptico y la secuencia de las grabadoras. Pero sobre todo ha tomado como modelo al mejor Frank Capra, el oso tiene la actitud de los personajes de Gary Cooper y James Stewart del cine del italoamericano, y provoca las mismas reacciones positivas.

Abundan los momentos valiosos, como la encantadora animación del libro desplegable con los mejores lugares de la capital británica, o la secuencia del militar retirado de carácter gruñón que no permite que le limpien los cristales. Repiten los actores de primer nivel en registros exageradamente divertidos de la primera entrega; se lucen Sally Hawkins y Hugh Bonneville, mientras que Julie Walters y Jim Broadbent saben a poco. Pero aparte del pequeño papel del siempre sorprendente Brendan Gleeson, aquí roba la función sobre todo el recién llegado Hugh Grant, grande como comediante y showman, que además tiene un papel múltiple y demuestra una sana capacidad de reírse de sí mismo.