El profesor desmonta en su libro ‘La guerra imaginaria’ los mitos en torno a la posibilidad de que las máquinas terminen por suplantar a los humanos
Los avances en la inteligencia artificial (IA) están provocando una rápida transformación a nivel económico, social y cultural. Las máquinas cada vez hacen más cosas y no son pocos los que opinan que lo hacen mucho mejor que las personas. Este es el punto de partida de todo tipo de teorías acerca del futuro de la humanidad y de su inevitable derrota frente los robots.
El «apocalipsis tecnológico» vende y poco importa que sus postulados se basen en simples predicciones y futuribles. El fondo de su proyección implica una visión limitada de lo que es el hombre. Aferrado a los humanidades, el profesor y periodista Fernando Bonete presenta La guerra imaginaria, un ensayo que aborda esta cuestión teniendo en cuenta que las máquinas están hechas para obedecer y, por lo tanto, no tendrían la responsabilidad última en el caso de someter a la raza humana.
–Parece difícil negar el conflicto entre el hombre y la IA cuando en los medios ya hay experimentos para utilizarla para redactar noticias, los diseñadores gráficos piden señalar los proyectos realizados con estas herramientas, en los colegios y universidades se busca la manera de detectar trabajos redactados por ChatGPT, y un largo etcétera.
–Frente a algo tan científico, matemático, logarítmico, tu visión se aferra a las humanidades como punto de partida. ¿Qué aporta ese cambio de perspectiva?
–Es un cambio respecto al discurso dominante, ese que impera en casi todos los medios de comunicación y que esgrimen los que yo llamo «humanistas del apocalipsis tecnológico». Se han contagiado de una visión exagerada de la IA que no deja de ser un bulo, un mito que no es nuevo. Toda esta discusión acerca de la posible suplantación de los hombres ya se plantea en los años 40 y 50. Por entonces ya se daba por hecho y 80 años después ese gran cambio no ha llegado. Esta mirada histórica nos permite comprobar que estamos ante un discurso ficticio creado sobre intereses económicos, porque no olvidemos que la IA genera y va a generar mucho dinero, y sobre una cierta idea transhumanista o cientificista de la máquina como una nueva raza frente al ser humano. No hay ninguna evidencia científica de que vaya a existir un robot con una inteligencia real.
–Frente a estas visiones, ¿no corremos el riesgo de caer en la utopía al pensar en un hombre que es capaz de elegir siempre el bien y convierte todas estas herramientas en un aliado controlado y dentro de unos límites?
–Sí. La inteligencia artificial no deja de ser una herramienta tecnológica que puede ser usada para el bien o para el mal. Pero yo llamaría la atención en que su uso guarda su responsabilidad última en nosotros. También aquí hay un falso discurso y es el de entender la IA como un ente autónomo que tiene el poder suficiente como para sobreponerse a la humanidad. Actualmente, lo que llamamos IA está sometido a los sistemas de computación y las órdenes que les da el ser humano y, por lo tanto, están bajo nuestra responsabilidad. No existe tal inteligencia artificial autónoma y que pueda existir sola y con sus propios propósitos y deseos. Como ya alertaba Isaac Asimov, el riesgo está en entender la función del ser humano del mismo modo que la de la máquina, una en la que no se pone en juego nuestra individualidad, nuestra personalidad, nuestra creatividad…
–En el libro hablas de conceptos humanos como el amor, la libertad o la gratuidad. ¿No se te podría acusar de abrir un debate paralelo alejado de los «problemas reales» que preocupan a aquellos que temen perder su puesto de trabajo en los próximos años?
–En cierta manera es un poco frívolo hablar de estos asuntos en un plano intelectual cuando, efectivamente, algunos puestos de trabajo se van a transformar hasta el punto de que las personas dejarán de ser indispensables en ellos. Pero no es la primera vez que la humanidad vive una revolución industrial ni tecnológica en la que se produce una sustitución de la mano de obra humana por la mecanizada. Debemos pensar que igual que se destruirán puestos de trabajo, otros a los que antes no dábamos tanta importancia se van a ver potenciados porque solo los podrán realizar humanos. En el libro hago hincapié en las profesiones asistenciales o las sanitarias. Además, vuelvo a llamar la atención sobre que está en nuestra mano decidir si queremos que las máquinas se encarguen de determinados trabajos o no. Por ejemplo, una IA me puede asesorar legalmente o, incluso, médicamente, pero lo que hace falta preguntarse es si quiero, o verdaderamente queremos como humanidad, que las máquinas ejerzan esa labor.
–¿No es otro mito ese que dice que en el futuro dictado por ChatGPT las profesiones humanísticas estarán salvadas? Especialmente cuando comprobamos que a día de hoy ya les cuesta sobrevivir.
–El fundamento de las humanidades está en saber hacer las preguntas adecuadas sobre el soporte de un conocimiento de la realidad que no se relaciona con una única temática o materia, sino que abarca muchas de ellas. También se fundamenta en poner en juego el pensamiento crítico y una mirada original sobre la realidad. Estas tres cosas no las puede hacer la IA en estos momentos y el sistema de computación en el que están basadas actualmente no da pie a ello. Por lo tanto, la evidencia nos dice que una máquina nunca va a poder ser humanista y nos da pistas sobre que la profesión humanística va a seguir teniendo vigencia. Ahora bien, podría ser parte de este mito si como sociedad ponemos en manos de las máquinas una tarea que realmente no puede ejecutar y, por lo tanto, si nos vamos empobreciendo.
–¿Por qué Asimov para acompañarte en este camino por los mitos de la inteligencia artificial?
–Isaac Asimov es una voz iluminadora. Casi desde el surgimiento de la inteligencia artificial en la ciencia, porque su primer relato de robots es de 1939, empieza a delimitar muy bien de lo que es capaz la máquina y de lo que nunca será capaz. Y esto, en cierta manera, es un discurso esperanzador que pervive con los años, puesto que también pervive con los años lo que es el hombre a pesar de las circunstancias cambiantes de cada época. Sabemos que un robot no será capaz ni de sentir, ni de emocionarse, ni de tener fe en las personas. Al menos no como lo hacen los humanos de manera libre y natural. Asimov, como los clásicos, nos sigue iluminando con su literatura.