La última lección (2018)
Alumnos raritos
A la imponente escuela rural de S. Joseph llega Pierre, que viene a cubrir la vacante por intento de suicidio del anterior profesor. Pierre se ocupará principalmente de una clase muy especial, de pocos alumnos, integrada por los más inteligentes del colegio. Pronto notará en que las altas capacidades de los estudiantes no son sinónimo de educación y normalidad, más bien al contrario, y poco a poco sus tareas docentes empezarán a ser poco gratificantes para él, cuestión en la que tampoco ayudan demasiado los demás profesores.
Segundo largometraje del francés Sébastien Marnier, que adapta una novela de Christophe Dufossé. Presenta una situación un tanto insólita, un colegio en donde los alumnos se erigen casi en dominadores de los adultos, con situaciones verdaderamente desconcertantes para el profesor protagonista, presa de insolencias, desprecios e incluso burlas que, y aquí está la clave, lo que generan es inquietud y temor, pues los estudiantes no se comportan como simples jóvenes sino como seres faltos de alma, de sentido común, diríase que carecen por completo de empatía, casi como si provinieran de una de las novelas marcianas de Bradbury. Pero el guión juega muchas veces al despiste: ¿es un problema sólo de los alumnos? ¿o están todos locos, alumnos y profesores? ¿o es el propio profesor quien está perdiendo la cabeza?
De fondo, el film hace hincapié en el desastre medioambiental que inunda el planeta, algo de lo que sólo parecen ser conscientes los alumnos aventajados, a quienes su exacerbada conciencia ecológica les ha convertido en una especie de ancianos existenciales, incapaces de disfrutar de su vida. Y también se incide en la posición de fuerza que los estudiantes están adquiriendo en la educación actual, la falta de autoridad del profesorado, las barreras impuestas en esta materia por lo políticamente correcto, etc. De todas maneras, sin lugar a dudas lo mejor de La última lección es la atmósfera que ha sido capaz de generar el director. Apoyado en una banda sonora bien usada, con escenas inquietantes como la de los puñetazos y el ahogamiento en la piscina o casi oníricas como la del paseo equilibrista en la cantera, Marnier genera la turbación requerida, una especie de temor enigmático que va “in crecendo”. Eso no quita que se incluyan ciertos momentos tramposillos, como la desaparición del ordenador o la presencia gratuita de las cucarachas, recursos un tanto simplones. Los actores, en especial Laurent Lafitte y la jovencita Luàna Bajrami, están bien.
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