Varios expertos señalan que el rendimiento académico es menor por un mal uso de las pantallas

Conseguir la máxima atención del alumno. Este es uno de los objetivos de todo profesor al iniciar su clase. Sin embargo, en la actualidad los docentes se enfrentan a un problema histórico. «Hace cincuenta años la distracción en el estudiante la provocaba una mosca; hace veinte, la calculadora gráfica; y hoy, los docentes debemos competir contra un vasto océano de dopamina que convierte a los jóvenes en ‘drogodependientes emocionales’ por el uso de pantallas y redes sociales en el aula», apunta Luis Eguizábal, profesor del Departamento Ciencias de la Comunicación Aplicada de la Facultad de Ciencias de la Información.

Asegura que la corteza prefrontal de los jóvenes no termina de madurar por el uso excesivo de los teléfonos móviles y su prolongación en el aula mediante el portátil. «La bajada generalizada del rendimiento académico, la poca tolerancia a la frustración y un sistema esfuerzo-recompensa dañado son algunos de los síntomas de los que los docentes somos testigos, así como una falta de creatividad acuciante debido a que están constantemente estimulados y nunca se aburren. Necesitamos despertar y percatarnos de que éste es un problema de calado social que está empezando a impregnar las aulas a una velocidad de vértigo, y del que se debe hablar con claridad», recalca este docente en el libro ‘Ciencias de la comunicación: valoraciones y experiencias académico-profesionales’ (Editorial Dykinson, 2023).

En la misma línea se manifiesta Fernando Alberca, profesor, doctor en Pedagogía y autor de veintitrés libros relacionados con la enseñanza, al apuntar que casi todo lo que se refiere al alumnado ha cambiado en el aula después de 1995, cuando nació la generación Z, la primera digital. Explica que los hábitos de casa con los que llegan a la escuela son diferentes y, especialmente en la concentración. Las cinco características que mundialmente se atribuyen a esta generación, nacida entre 1995 y 2010, son: impulsividad, inmediatez, individualismo, baja autoestima y baja concentración. «La capacidad de atención sube (todo les llama la atención) y desciende la capacidad de concentración (mantener la atención en algo por decisión de la voluntad, sin dejarse llevar por estímulos externos)».

Puntualiza Alberca que en los años 80, un niño o adolescente se desconcentraba a los 15-20 minutos, salvo que recibiera algún estímulo externo que reactivara la concentración; en los 90 lo hacía a los 8 minutos; en los 2000, al minuto, por eso los mecanismos de las redes sociales saben que sus mensajes no debían sobrepasar este tiempo. Sin embargo, en 2023, un niño y adolescente no llega a mantener la concentración más allá de 15-25 segundos. «La razón está en que el alumno está acostumbrado a estímulos visuales y auditivos mucho más atractivos de los que se ofrecen en un aula y, por tanto, ha desarrollado un desinterés creciente por los estímulos menos llamativos, intensos, veloces y directos. Se ha acostumbrado a reaccionar a sensaciones de sus sentidos, más que a reflexionar. Atiende a lo brusco o muy llamativo. Desatiende a lo sereno, pausado, a la explicación. Por eso pierde motivación».

Luis Eguizábal se plantea que si preguntara a cada profesor qué porcentaje de alumnos utilizan dispositivos móviles en el aula seguro que responderían que muy pocos. Primero porque entre sus normas está la de no usar móviles en clase y, segundo, porque seguramente se confunda el término ‘dispositivo móvil’ con teléfono móvil. «Recordando que dentro de los dispositivos móviles se encuentran los ordenadores portátiles y tablets, si reitero la pregunta de qué porcentaje utiliza el ordenador portátil en clase seguramente rondaría el 90%. Eso sí, la mayoría creo que respondería que lo utiliza solo para el seguimiento de la asignatura. Permítanme discrepar de esa última afirmación: Por muy interesante que sea, por muy bueno que sea el docente, los alumnos utilizan los ordenadores para distraerse».

Explica que no se trata de demonizar a los docentes, ni a los alumnos, «ya que son víctimas de un contexto social difícil, sino de concluir que es un problema de adicción a la pantalla que afecta al rendimiento académico».

El aumento de estos dispositivos en las aulas se ha incrementado debido a cuatro factores: los alumnos son nativos digitales, el precio de estas tecnologías es cada vez más asequible, la disponibilidad de wifi en los centros es mayor y, por último, las asignaturas están cada vez más adaptadas a estas tecnologías.

Pese a la diversidad de opiniones, no son pocas las investigaciones que afirman que los estudiantes que realizan múltiples tareas con los dispositivos móviles en clase tienden a mostrar más problemas de comprensión; esto es, tienen peor memoria o capacidad cognitiva.

Tras las soluciones

Para afrontar esta situación, Fernando Alberca anima a los docentes a entender de forma natural que el alumnado no puede seguirle atentamente, concentrado, más de un minuto; más de cinco mucho menos. «Es preciso acostumbrarle primero a tener concentración mediante ejercicios de duración progresiva. La forma de explicar no ha de ser la lección magistral antigua, aunque la explicación magistral sigue siendo necesaria para profundizar. Por eso no se puede renunciar a la capacidad de concentración en el aula, sino que hay que ejercitarla, muscularla, partiendo de atractivos ejercicios de 30 segundos, 50 después, un minuto y llegar hasta 25, porque el ser humano necesita autocontrol concentrado de 35 minutos si quiere aprender de verdad la profundidad de lo que tiene delante».

Tecnología en positivo

Para Enrique Escandon, director de Relaciones Institucionales de Colegios 3A, el desafío de captar la atención del alumnado en la era de los móviles y las redes sociales es un tema relevante en la educación contemporánea. Considera que la cultura de la inmediatez y la constante estimulación digital puede dificultar la concentración. «Lo importante es lo que hacemos para poner en positivo el trabajo con tecnología. En lugar de luchar contra la presencia de dispositivos móviles, los educadores pueden incorporar tecnología de manera activa en el proceso de enseñanza. El uso de aplicaciones educativas y recursos en línea puede hacer que la tecnología sea una aliada, diseñando lecciones interactivas que conecten el material de estudio con experiencias personales o situaciones del mundo real, de forma que aterricemos su atención a lo concreto y cotidiano».

Por otro lado, señala que «es importante utilizar una variedad de métodos de enseñanza, como discusiones, actividades prácticas, demostraciones y proyectos, que puede mantener la atención de los estudiantes al proporcionarles diferentes formas de interactuar con la información. De esta forma se incentiva la responsabilidad y la autonomía en el proceso de aprendizaje, creando ambientes flexibles que se adapten a diferentes estilos de aprendizaje y permitan a los estudiantes moverse y colaborar para mejorar la atención y la participación. Así, la tecnología será un soporte más en el que sustentar el proceso de aprendizaje».

La solución, confiesa Eguizábal no es sencilla y no pasa tanto por la realización de charlas sobre el uso eficaz de las TIC. Apunta que dos alternativas tan efectivas como improbables serían la reducción del número de alumnos por grupo para hacerles un seguimiento más personalizado, así como una mayor inversión para que cada estudiante tenga su ordenador configurado sólo para la asignatura. «Lo importante es que estamos tomando consciencia del problema. Ya no miramos para otro lado».